(De "Constantes en la oración" por Jaume Boada)
Cuando la aridez de la arena del desierto se deja notar en tu vida
Buscar el lugar del corazón, encontrarlo por el camino de la humildad, de la cruz y del silencio; aprender a vivir hacia dentro para después poder vivir desde dentro, tiene su momento de prueba: la aridez, el desánimo, esos tiempos en los que no "ves" a Dios, ni aparece la "luz" por ninguna parte.
Es cierto, el desierto es lugar de luz y de encuentro. En el silencio resuena siempre la Palabra. En el desierto revives el amor primero.
Pero hay veces en las que no sientes nada, no ves nada..., nada te dice nada. Incluso puede parecerte que Dios te ha abandonado. ¿Qué hacer entonces?...
Ante todo permanecer en la búsqueda y en la nostalgia de Dios..., sí en la insistente nostalgia de El. La "ausencia de Él" puede resultar dolorosa, pero nadie te puede quitar la añoranza de su presencia de luz y de amor. Has de saber vivir en la humildad del mendigo que espera pacientemente el don de la presencia que se hace sentir.
Mantente en la paz de reconocer que, aunque el desierto parece una llanura de arenas interminables, Él te hará encontrar un oasis que será para ti remanso de paz.
Y esperar..., permanecer a la puerta del templo, viviendo en la paz de saber que Él es siempre fiel. Y está..., aunque no lo veas.
No dejes de ofrecer a tus hermanos el don de la ternura. Si no la sientes, deséala y ofrécela. Recuerda que cuando tú das y ofreces amor, siempre recibes amor.
Acude a María, que en la aridez del desierto te cubrirá con el manto de la ternura.
El manto de la ternura
Tengo la imagen grabada en el alma. Es un pequeño calendario de propaganda misional. En la fotografía, una niña vestida con unas pobres ropitas acompaña a su hermano menor que está en el suelo, casi desnudo. A pie de foto se puede leer: "Lo cubrirá con el manto de su ternura".
Hoy me siento invitado a dejarme llevar por la "luz" del mensaje de la foto misional. Y por ello, me atrevo a invitaros a orar estas pobres palabras. Como María hizo con el cuerpo de Jesús Niño, cuando como madre amorosa lo cuidaba con ternura, o como en el momento en el que le entregan el cuerpo de Cristo después de ser desclavado de la cruz, yo te invito:
Cubre con el manto de tu ternura el camino que haces hoy en pobreza y en aridez, en sequedad y falta de oración, quizás consciente de tu falta de decisión a la hora de vivir la entrega, y de la debilidad de tu amor a Jesús.
Cubre con el manto de la ternura tus cansancios y tus rutinas, tus decepciones y tus frustraciones, tus devaneos y tus inconstancias, tu falta de ilusión y las incoherencias que pueda haber en tu vida.
Cubre con el manto de tu ternura tu vida entera. Sólo cuando descubras la necesidad de hacerlo, estarás en condiciones de reconocer que los hermanos esperan, tienen cierto derecho de esperarlo de ti; esperan, repito, y necesitan que les ofrezcas el don de tu ternura. Este don de la ternura forma parte de tu testimonio de Jesús, que has de vivir en plenitud para poderlo comunicar a tus hermanos.
Cubre con el manto de la ternura de Dios y de María, Madre de Misericordia, las pobrezas y limitaciones en las que vives, los motivos de desaliento y desesperanza. Cúbrelo todo con el manto de tu comprensión hecha ternura.
Cuando a tu lado veas a tu propio hermano, lastimado por la "desnudez", en la que le deja la consciencia de sus límites y siente en su alma la herida de la desesperanza o de la falta de ilusión: ¡cúbrelo con el manto de tu bondadosa ternura!
Cuando veas que a tus hermanos, y quizás al hermano que quiere aparentar más fortaleza, le lastima la soledad, ofrécele el aliento de tu cercanía; y si es sincera, le parecerá un festín de ternura.
Cuando veas que tu hermano no es feliz porque perdió el sentido de su vida, háblale de Dios, recuérdale el "amor primero" que, un día, le movió a la entrega total y convertir su seguimiento de Cristo en la opción esencial de su vida, y dile que ese Dios-Amor aún le espera, y sube todos los días la colina cercana, para gozarse viendo el retorno del "hijo pródigo". Si consigues que sienta deseos de volver a la casa del Padre, en comunión de amor total y plena con los hermanos, le habrás regalado el "vestido de fiesta" para el banquete de la ternura.
Cuando intuyas que entre tus hermanos se vive con timidez la ilusión del don de ser "hermanos" y el deseo de estar juntos para compartir un camino de vida por el Reino; cuando veas que no se habla de Dios con espontaneidad y se crean "islas"; cuando cunda el desánimo por el cansancio y la falta de hermanos que quieran compartir tu camino; cuando veas que hay desavenencias en tu entorno y la falta de cordialidad crea desunión; cuando encuentras que no se vive en el gozo y la alegría del Espíritu para ser vulnerables a la Palabra, a las necesidades de los pobres y al clamor de la vida, no lo dudes, con humildad y sencillez, sin hacerte notar, vete sembrando las tiernas semillas de tus pequeños gestos de amor, y verás cómo germinan en un inmenso manto de esperanza.
Cuando seas capaz de dar ternura, a pesar de la aridez de tu alma, descubrirás que tú mismo la recibes. Es Jesús el que te la hace vivir dentro de ti, y... dándola la recibes. La fraternidad en la que vives podrá ser entonces, la "tienda del encuentro" ante la que siempre pasa la "Brisa", donde es posible el don de amar y sentirte amado, donde se puedan expresar sinceramente las razones de la esperanza.
Cuando en tu discernimiento descubras que entre tus hermanos se respira un aire de poca confianza, o sientas que la desesperanza ante las dificultades crea un cierto ambiente de desánimo, siembra semillas de paz y de confianza en Dios, vive tú mismo en el abandono más total y pleno en las manos amorosas del Padre, invoca a María, y pídele que sea ella quien lo cubra todo con el manto de su Amor hecho ternura. Confía en el Señor..., ten ánimo..., sé valiente..., confía en el Señor.
Vive en el amor del Padre... Cree en la fuerza de la presencia del Espíritu, don de Cristo Resucitado, en ti... Cree, de verdad, que siempre tiene más fuerza el Amor. Déjate llevar por la fuerza del viento del Espíritu y no te olvides de cubrirlo todo con el manto de tu ternura hecha paz, confianza, paciencia, serenidad, constancia..., sabiendo que, si te mantienen en la fidelidad confiada en el "hoy", estás ya preparando un nuevo "mañana" lleno de esperanza.
Hoy, te propongo sólo una pregunta: ¿Hermano, sabes acogerte a la ternura de María y sabes ofrecerla a tus hermanos, cuando la aridez de la arena del desierto te hace vivir "como tierra reseca agostada sin agua"?... En todo caso, te invito a hacer esta oración:
Madre, cúbreme con el manto de tu mirada: "esos tus ojos misericordiosos".
Lléname de la paz de tu amor, haz que "sienta" este amor. Hoy no me basta creer en Él, necesito sentir y saborear la ternura del Amor.
Háblame del amor y de la comprensión del Padre, de la presencia clara de Jesús, del don del Espíritu.
Tú, que cubriste con el manto de tu ternura el cuerpo de tu Hijo entregado, abandonado, muerto; Tú, que te gozaste al contemplarlo resucitado y glorioso; Tú, que acompañaste a los hermanos de la Iglesia naciente en la espera del Pentecostés del Espíritu...
Tú, eres siempre Madre tierna, que miras con especial amor a los más necesitados de tus hijos: ¡cúbreme con el manto de tu ternura!
Sólo cubierto con el manto de tu ternura podré vivir con el alma llena de paz, a pesar de la aridez de la arena de mi desierto. Sólo cuando sienta tu presencia de Madre, sí, tu presencia amorosa en mi camino, podré revivir el don de Dios y reencontrarme con la fuerza que necesito para caminar, y para ser entre mis hermanos sacramento del amor y de la esperanza.
Para ser ante los pobres y necesitados, los carentes de amor y los excluidos, a los que me siento enviado desde mi opción por Cristo, testigo claro y palpable de que la ternura de Dios es siempre aliento nuevo para quien lleva el peso de la cruz...