Muchos viven casi sin pecado.
Su vida discurre sin tropiezos en el marco ordinario de su oficio, de su familia.
Cumplen la voluntad de Dios a través de las principales obligaciones de su vida cotidiana.
Pero su existencia parece vulgar, fría, sin luz;
les falta amor de Dios.
Son como hogares bien construidos,
pero sin fuego.
Son buenos,
pero no santos.