El pecado en la Iglesia

(De "Sentido de la Iglesia" de Romano Guardini)

Cuanto más profundamente comprende un hombre lo que es Dios, cuanto más sublimes se le van manifestando Cristo y su Reino, tanto más sensible es su dolor por las deficiencias de la Iglesia.

En esto consiste la dolorosa seriedad que mora en las almas de los grandes cristianos por debajo de toda la alegría de sentirse hijos de Dios.

Sin embargo, al católico no le está permitido eludir el encuentro con dicha seriedad.

No tienen valor una Iglesia de estetas, ni una construcción filosófica, ni una sociedad milenarista, sino una Iglesia de hombres; divina, ciertamente, pero formada también por todo lo que constituye lo humano, espíritu y carne, incluso tierra.

En efecto, «el Verbo se hizo carne», y la Iglesia no es sino el Cristo que continúa viviendo convertido en contenido de la comunidad, en estructura comunitaria. Sin embargo, tenemos la promesa de que el trigo jamás será sofocado por la mala hierba.

Cristo sobrevive en la Iglesia; pero Cristo crucificado. Casi podríamos atrevernos a formular la alegoría siguiente: las imperfecciones de la Iglesia son la Cruz de Cristo.

El Ser de Cristo en su totalidad -su verdad, su santidad y gracia, su personalidad adorable-, está ligado a la Iglesia como en otro tiempo lo estuvo su cuerpo al madero de la cruz.

Además, si Cristo lo quiere, la Iglesia tiene que llevar sobre sí la cruz de Aquél. No podemos desvincular a Cristo de la Iglesia.

Hemos dicho que solamente sabríamos enfrentarnos con las imperfecciones de la Iglesia, cuando cayéramos en la cuenta del sentido de las mismas.

Posiblemente su sentido es el siguiente: Tienen la misión de crucificar nuestra fe, para que busquemos realmente a Dios y nuestra salvación, no a nosotros mismos. Por eso hacen siempre acto de presencia.

Suele, por cierto, decirse que en el Cristianismo primitivo alcanzó la Iglesia el ideal. ¡Lean ustedes el capítulo sexto de los Hechos de los Apóstoles! Apenas había ascendido al Cielo el Señor, ya estallaba un conflicto en la comunidad primitiva.

Y ¿por qué? Porque los cristianos procedentes del paganismo opinaban que los judío-cristianos recibían más que ellos en el reparto de alimentos y dinero. ¿No es esto espantoso? ¡En aquella comunidad que estaba aún empapada en los raudales de Espíritu de la fiesta de Pentecostés!

Pero la Divina Escritura sabe muy bien por qué relata un hecho determinado. ¿Qué sería de nosotros si en la Iglesia fueran disminuyendo las miserias humanas? Quién sabe: tal vez fuéramos soberbios, egoístas y presuntuosos, estetas y pretendidos reformadores del mundo.

No seríamos creyentes por los únicos motivos auténticos, es decir, por encontrar a Dios y hallar la felicidad de nuestras almas, sino por elaborar una cultura, por poseer una espiritualidad elevada, por vivir una vida llena de belleza espiritual.

Las imperfecciones de la Iglesia hacen que todo esto sea imposible. Son la cruz; purifican nuestra fe.