Tú me has cautivado

(De "Oraciones para rezar por la calle" por Michel Quoist)

Quien ha «capitulado» ante Dios, quien le ha dicho «sí», no tarda las más de las veces en conseguir su recompensa.

El Señor le hace saborear la felicidad de poseerle y de ser poseído por Él.

No hay palabras que puedan expresar este abrazo amoroso de Dios.

Qué bien lo comprendió aquel muchacho que «cautivado» por su Maestro, súbitamente, en medio de la calle, se vio obligado a bajar de la «bici», porque ya no era capaz de seguir rodando sin peligro.

O aquella muchacha que tuvo que abandonar por unos momentos su sección en la fábrica para encerrarse a solas unos minutos y ocultar a la curiosidad de sus compañeras su semblante transfigurado.

O aquel otro chico que después de una reunión, confesaba con la mayor ingenuidad que había pedido a Dios «le dejara un poco» para poder seguir el diálogo de sus camaradas.

La verdad es que no hay que buscar estas gracias sensibles, pero hay que ser lo bastante sencillos para saber darle las gracias al Señor cuando nos las brinde, aprovechándose así de sus dulzuras antes de experimentar su firmeza inconmovible.

Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene, Dios es Amor... En eso consiste su Amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó... (1 jn 4, l6.10).

Todo cuanto tuve por ventaja lo reputo daño por amor de Cristo, y aun todo lo tengo por daño, a causa del sublime conocimiento de Cristo Jesús, por cuyo amor todo lo sacrifiqué y lo tengo por estiércol con tal de gozar a Cristo y encontrarme en Él... Yo sigo mi carrera por si logro conquistarle, ya que yo mismo fui conquistado por Cristo Jesús (Filip 3,7-9.12).

Señor, Tú me has cautivado y no he podido resistirte.
Largo tiempo escapé, pero me perseguías,
yo corría en zigzags, pero Tú lo sabías.
Me alcanzaste.
Y yo me debatí.
¡Me venciste!

Y hoy heme aquí, Señor: he dicho «sí» cansado y sin aliento, a pesar mío casi.
Yo estaba allí, temblando, como un vencido a merced del vencedor,
cuando Tú pusiste sobre mí tu mirada de Amor.

Ya está hecho, Señor, ya no podré olvidarte,
en un instante Tú me has conquistado,
en un instante Tú me has cautivado,
has barrido mis dudas,
mis temores volaron.
Te reconocí sin verte,
te sentí sin tocarte,
te comprendí sin oírte.
Ya estoy marcado con el fuego de tu amor,
ya está hecho: nunca podré olvidarte.

Ahora yo te sé presente junto a mí, y trabajo en paz bajo tu mirada de Amor,
ya no he vuelto a saber lo que es tener que hacer esfuerzos para orar:
me basta con levantar los ojos de mi alma hacia Ti para encontrar tus ojos
y no hace falta más: nos comprendemos, todo está claro, todo es paz.

En algunos momentos — oh, gracias Señor — vienes irresistible a invadirme como un brazo de mar que lento inunda la playa.
O bruscamente me coges como el amante estrecha a la esposa que se abandona a él.
Y yo no evito nada: cautivo como estoy, te dejo hacer, seducido, contengo la respiración, y todo el mundo se desvanece, Tú detienes el tiempo.
¡Ah, cómo quisiera que estos minutos durasen horas y horas!
Cuando Tú te retiras dejándome encendido, trastornado de gozo,
yo no sé cosas nuevas pero sé que Tú me posees más aún,
alguna nueva fibra de mi ser queda herida,
la quemadura ha crecido
y yo estoy un poco más cautivo de tu amor.

Señor, sigues haciendo el vacío en torno a mí, pero ahora de un modo muy distinto:
es que Tú eres demasiado grande y eclipsas todas las cosas.
Todo cuanto yo amaba ahora me parece bagatela,
mis deseos humanos se funden como cera bajo el fuego de tu Amor.
¡Qué me importan las cosas!
¡Qué me importa mi bienestar!
¡Qué me importa mi vida!
Ya no deseo más que a Ti.
Tan sólo a Ti te quiero.

Los demás van diciendo «Está loco».
Pero son ellos, Señor, los que lo son.

Ellos no te conocen,
ellos no saben de Dios, ellos no saben que no se le puede resistir.
Pero a mí... a mí me ha cautivado, Señor, y yo estoy seguro de Ti.
Tú estás aquí y yo salto de gozo,
el sol lo invade todo y mi vida resplandece como una joya,
todo es fácil,
todo es luminoso,
todo es puro,
¡todo canta!

Gracias, Señor, gracias.
¿Por qué a mí, por qué me has escogido a mí?
¡Oh, alegría, alegría, lágrimas de alegría!