-Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.Tampoco se enciende una vela para meterla debajo del celemín sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.
REFLEXIÓN (de los "Sermones de San Agustín"):
Suele preocupar a muchos, amadísimos, el que nuestro Señor Jesucristo, habiendo dicho en el sermón de la montaña: birille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo, haya dicho después: Procurad no hacer vuestras buenas obras delante de los hombres para ser vistos por ellos.
Esto causa, en efecto, turbación en la mente de quien es corto de inteligencia, y, deseando ciertamente obedecer a uno y otro precepto, fluctúa entre pensamientos diversos y adversos. Uno no puede obedecer a un solo señor que ordena cosas contrarias al mismo tiempo, del mismo modo que nadie puede servir a dos señores, según el testimonio del Salvador en el mismo sermón. ¿Qué ha de hacer, pues, el alma indecisa que considera que no puede obedecer y al mismo tiempo teme no hacerlo?
Si expone a la luz pública sus buenas obras para que sean vistas por los hombres, con el fin de cumplir lo mandado: Brille vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a Vuestro Padre que está en el cielo, se considerará culpable de haber obrado contra el precepto que dice: Procurad no hacer vuestras buenas obras delante de los hombres para ser vistos por ellos. Y si, por el contrario, por temor y cautela ocultase lo bueno que hace, juzgará no servir a quien ordenando le dice: Brille vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras.
Quien los entiende rectamente cumplirá uno y otro precepto y servirá al Señor, dueño de todo, que no le condenaría como siervo perezoso si le hubiese mandado algo de todo punto imposible. Escuchad, por tanto, a Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, segregado para el Evangelio de Dios; él cumple y enseña una y otra cosa. Ved cómo brilla su luz ante los hombres para que vean sus buenas obras: Nos recomendamos, dice, a nosotros mismos a toda conciencia de hombres en la presencia de Dios, Y en otro lugar: Nos preocupamos de hacer el bien, no sólo delante de Dios, sino también delante de los hombres. Y todavía: Agradad a todos en todo, como yo lo hago. Ved ahora cómo se preocupa de no hacer sus obras buenas delante de los hombres para ser visto por ellos: Examine cada cual sus obras, dice, y entonces hallará de qué gloriarse en sí mismo y no en otro. Y en otra parte: Porque nuestra gloria es el testimonio de nuestra conciencia.
Pero nada tan manifiesto como esto: Si todavía buscaste agradar a los hombres, dice, no sería siervo de Cristo. Y para que ninguno de los que se sienten turbados por los preceptos del Señor, como si fueran contrarios entre sí, intente plantearle a él con más motivo la misma dificultad y le pregunte: «¿Cómo dices tú: Agradad a todos en todo, como yo lo hago y, al mismo liempo, si aún buscase agradar a los hombres no sería siervo de Cristo? Ayúdenos el Señor, que hablaba también por boca del Apóstol su siervo; descúbranos su voluntad y concédanos la gracia de obedecerle.
Las mismas palabras evangélicas llevan consigo su explicación. Con todo, no cierran la boca de los hambrientos, puesto que alimentan los corazones de quienes pulsan a sus puertas. Ha de examinarse la intención del corazón humano: a dónde se dirige y dónde fija su mirada. Si quien desea que sus buenas obras sean vistas por los hombres, coloca ante ellos su gloria y utilidad personal y es esto lo que busca en presencia de ellos, no cumple nada de lo mandado por el Señor al respecto, porque buscó el hacer sus buenas obras delante de los hombres para ser visto por ellos, pero no brilló ante ellos su luz en forma tal que, viendo esas buenas obras, glorificasen al Padre que está en el cielo. Quiso glorificarse a sí mismo, no a Dios, Buscó su propia voluntad, no amó la de Dios. De los tales dice el Apóstol: Todos buscan sus intereses, no los de Jesucristo.
Por esto, el pasaje no concluye donde dice: Brille vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras, sino que añadió seguidamente con qué intención han de hacerse: para que glorifiquen, dice, a vuestro Padre que está en el cielo.
En consecuencia, el hombre, al hacer el bien para que sea visto por los hombres, en su interior debe tener como intención el obrar bien; la intención, en cambio, de darlo a conocer téngala solamente para alabanza de Dios, pensando en aquellos a quienes lo da a conocer. A éstos es provechoso el que cause agrado Dios, que concedió al hombre el don de hacer el bien, para que no pierdan la esperanza de que también a ellos, si lo desean, puede serles concedido.
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Esto causa, en efecto, turbación en la mente de quien es corto de inteligencia, y, deseando ciertamente obedecer a uno y otro precepto, fluctúa entre pensamientos diversos y adversos. Uno no puede obedecer a un solo señor que ordena cosas contrarias al mismo tiempo, del mismo modo que nadie puede servir a dos señores, según el testimonio del Salvador en el mismo sermón. ¿Qué ha de hacer, pues, el alma indecisa que considera que no puede obedecer y al mismo tiempo teme no hacerlo?
Si expone a la luz pública sus buenas obras para que sean vistas por los hombres, con el fin de cumplir lo mandado: Brille vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a Vuestro Padre que está en el cielo, se considerará culpable de haber obrado contra el precepto que dice: Procurad no hacer vuestras buenas obras delante de los hombres para ser vistos por ellos. Y si, por el contrario, por temor y cautela ocultase lo bueno que hace, juzgará no servir a quien ordenando le dice: Brille vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras.
Quien los entiende rectamente cumplirá uno y otro precepto y servirá al Señor, dueño de todo, que no le condenaría como siervo perezoso si le hubiese mandado algo de todo punto imposible. Escuchad, por tanto, a Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, segregado para el Evangelio de Dios; él cumple y enseña una y otra cosa. Ved cómo brilla su luz ante los hombres para que vean sus buenas obras: Nos recomendamos, dice, a nosotros mismos a toda conciencia de hombres en la presencia de Dios, Y en otro lugar: Nos preocupamos de hacer el bien, no sólo delante de Dios, sino también delante de los hombres. Y todavía: Agradad a todos en todo, como yo lo hago. Ved ahora cómo se preocupa de no hacer sus obras buenas delante de los hombres para ser visto por ellos: Examine cada cual sus obras, dice, y entonces hallará de qué gloriarse en sí mismo y no en otro. Y en otra parte: Porque nuestra gloria es el testimonio de nuestra conciencia.
Pero nada tan manifiesto como esto: Si todavía buscaste agradar a los hombres, dice, no sería siervo de Cristo. Y para que ninguno de los que se sienten turbados por los preceptos del Señor, como si fueran contrarios entre sí, intente plantearle a él con más motivo la misma dificultad y le pregunte: «¿Cómo dices tú: Agradad a todos en todo, como yo lo hago y, al mismo liempo, si aún buscase agradar a los hombres no sería siervo de Cristo? Ayúdenos el Señor, que hablaba también por boca del Apóstol su siervo; descúbranos su voluntad y concédanos la gracia de obedecerle.
Las mismas palabras evangélicas llevan consigo su explicación. Con todo, no cierran la boca de los hambrientos, puesto que alimentan los corazones de quienes pulsan a sus puertas. Ha de examinarse la intención del corazón humano: a dónde se dirige y dónde fija su mirada. Si quien desea que sus buenas obras sean vistas por los hombres, coloca ante ellos su gloria y utilidad personal y es esto lo que busca en presencia de ellos, no cumple nada de lo mandado por el Señor al respecto, porque buscó el hacer sus buenas obras delante de los hombres para ser visto por ellos, pero no brilló ante ellos su luz en forma tal que, viendo esas buenas obras, glorificasen al Padre que está en el cielo. Quiso glorificarse a sí mismo, no a Dios, Buscó su propia voluntad, no amó la de Dios. De los tales dice el Apóstol: Todos buscan sus intereses, no los de Jesucristo.
Por esto, el pasaje no concluye donde dice: Brille vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras, sino que añadió seguidamente con qué intención han de hacerse: para que glorifiquen, dice, a vuestro Padre que está en el cielo.
En consecuencia, el hombre, al hacer el bien para que sea visto por los hombres, en su interior debe tener como intención el obrar bien; la intención, en cambio, de darlo a conocer téngala solamente para alabanza de Dios, pensando en aquellos a quienes lo da a conocer. A éstos es provechoso el que cause agrado Dios, que concedió al hombre el don de hacer el bien, para que no pierdan la esperanza de que también a ellos, si lo desean, puede serles concedido.
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