Son temerarios los juicios de los hijos de los hombres,
porque, como no son jueces unos de otros,
usurpan a nuestro Señor su oficio cuando los juzgan.
Temerarios, porque la principal malicia del pecado depende de la intención y designio del corazón,
la cual es para nosotros oscura como las tinieblas;
temerarios, porque bastante tiene que hacer cada uno en juzgarse a sí mismo,
sin injerirse en juzgar a su prójimo.