Un hombre me ha pisado.
Yo le miro con rabia.
El con resentimiento.
Pero luego he pensado que no fue para odiarnos
para lo que Tú has hecho que él y yo nos cruzáramos.
Sus ojos han llamado a la puerta de mí alma.
Le abriré sonriendo.
Y sonrío.
Y sonríe.
Y con este apretón de manos me nace un nuevo amigo.
¡Ah, cuánto te agradezco este encuentro, Señor!