Bendice, Señor, a los que tienen comprensión de mis pasos vacilantes y mis manos temblorosas.
Bendice a los que saben que hoy mis oídos van a sufrir para entender a otros.
Bendice a los que apartan los ojos, como si no lo vieran, cuando se me cae el café del desayuno.
Bendice a los que nunca me dicen: “Es la segunda vez que hoy cuentas lo mismo”.
Bendice a los que tienen el don de hacerme evocar los días felices de otros tiempos.
Bendice a los que hacen de mí un ser amado, respetado y no abandonado.
Bendice a los que adivinan que no sé ya cómo encontrar fuerzas para llevar mi cruz.
Bendice a los que endulzan con su amor los días que me quedan de vida, en este viaje a la casa del Padre.