Un sábado, cruzaba Jesús por los sembrados, y sus discípulos empezaron a abrir camino arrancando espigas. Decíanle los fariseos: «Mira ¿por qué hacen en sábado lo que no es lícito?». Él les dice: «¿Nunca habéis leído lo que hizo David cuando tuvo necesidad, y él y los que le acompañaban sintieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios, en tiempos del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió los panes de la presencia, que sólo a los sacerdotes es lícito comer, y dio también a los que estaban con él?». Y les dijo: «El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es señor del sábado».
Entró Jesús de nuevo en la sinagoga, y había allí un hombre que tenía la mano paralizada. Estaban al acecho a ver si le curaba en sábado para poder acusarle. Dice al hombre que tenía la mano seca: «Levántate ahí en medio». Y les dice: «¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?». Pero ellos callaban. Entonces, mirándoles con ira, apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre: «Extiende la mano». Él la extendió y quedó restablecida su mano. En cuanto salieron los fariseos, se confabularon con los herodianos contra Él para ver cómo eliminarle.
REFLEXIÓN (de "El año litúrgico - Celebrar a Jesucristo", por Adrien Nocent):
Los evangelistas se vieron en la necesidad de poner de relieve la significación del sábado. Se dirigían con frecuencia a judeo-cristianos, como le ocurría, por ejemplo, a S. Mateo. Los judeo-cristianos aunque celebraban el domingo, guardaban también los sábados, al menos en los primeros tiempos. No olvidemos que todos los cristianos hasta el siglo IV trabajaron los domingos y que su día de descanso era, como para todos los demás, el sábado.
Los evangelistas se dirigen también a paganos convertidos al cristianismo, para quienes las reglamentaciones judías del sábado no tienen importancia alguna en sí mismas, pero les podían llevar a formarse una mentalidad que quedara ensombrecida por el legalismo.
S. Marcos adopta una postura muy clara: el sábado se ha hecho para el hombre y no el hombre para el sábado. Podía introducir esta sentencia en su Evangelio sin demasiadas dificultades porque se dirigía a paganos y no a judeo-cristianos. No faltan quienes piensan que esta sentencia no fue pronunciada por Jesús mismo; más fácilmente puede pertenecer a un tiempo algo posterior y estar dicha en el contexto de una comunidad pagana.
Las dos narraciones, la de los discípulos que recogen espigas en sábado y la curación del hombre con la mano seca, ponen a Jesús en franca oposición con los judíos. Es la ocasión de conocer su pensamiento sobre el sábado y sobre la mentalidad judía. Pero no hay que forzar las oposiciones. Efectivamente: Jesús no demuestra desprecio alguno por el sábado; jamás aconseja no observarle, jamás habla de pasar su celebración a otro día. Además afirmó que El no había venido a abolir la Ley, sino a darla cumplimiento. De hecho, al leer a Marcos, se tiene la clara impresión de que lo que de él se desprende es mucho más importante que una oposición.
El Hijo del hombre es señor, incluso del sábado. El Señor está por encima de la Ley. Si el sábado fue instituido para que el hombre pudiera honrar al Señor contemplando en paz sus maravillas, si el descanso semanal fue instituido para esto y para favorecer el encuentro familiar y posibilitar un alto en el trabajo, el Señor está por encima de esta legalización que, además, El mismo instituyó en beneficio del hombre. Hasta el punto de que todo lo que puede tocar a la vida del hombre está por encima de la Ley en sí misma. Si se trata de una curación o de la caridad, la Ley debe quedar superada. Por tanto, Cristo no destruye la ley del sábado, sino que expresa cómo debe ser aplicada. Los testigos de la escena que cuenta S. Marcos tuvieron ocasión de oír a Jesús proclamarse a sí mismo Señor del sábado. ¿Comprendieron? ¿Comprendieron la superioridad de la vida sobre la observancia de la letra? Parece que sus auditores comprendieron, pero no podían aceptar los principios que proclamaba Jesús. Fueron a encontrarse con los partidarios de Herodes para ver el modo de hacerle desaparecer.
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