Gracias

(De "Oraciones para rezar por la calle" por Michel Quoist)

Hay que saber decir Gracias. Nuestros días están atestados de regalos que Dios nos envía.

Si supiéramos verlos y llevar cuenta de todos, llegaríamos a la noche deslumbrados y radiantes ante tantos dones recibidos. Como niños en día de Reyes.

Y miraríamos agradecidos a Dios. Y fiados en que Él nos lo da todo, seríamos felices al saber que todos los días nos dará regalos nuevos y distintos.

Todo es don de Dios. Aun las cosas más chiquitas.

Y don suyo es esta colección de regalos que es la vida. Vida que será rosa o sombría según utilicemos esos dones.

Todo buen don y toda dádiva perfecta viene de arriba, desciende del Padre de las luces, en el cual no se da mudanza ni sombra de cambio (Sant 1,17).

Gracias, Señor, gracias.
Gracias por todos los regalos que hoy me has ofrecido, gracias por todo lo que he visto, oído y recibido.

Gracias por el agua que me ha despabilado, el jabón bienoliente, el dentífrico que refresca la boca.
Gracias por los vestidos que me protegen del frío, por su color y por su hechura.
Gracias por el periódico fiel a la cita, por el chiste (primera sonrisa de la mañana), por los asuntos políticos que se van arreglando, por la justicia cumplida, por el partido de fútbol ganado.
Gracias por el camión de basura y los hombres que lo llevan, por sus gritos mañaneros y los ruidos de la calle que se despierta.
Gracias por mi trabajo, mis herramientas, mis esfuerzos.
Gracias por el metal en mis manos, por sus largas quejas bajo los mordiscos del acero, por la mirada satisfecha del patrón y la carretilla de piezas acabadas.
Gracias por Santiago que me prestó su lima, por Manolo que me ofreció un pitillo, y por Carlos que me abrió la puerta.
Gracias por la calle acogedora que me fue acompañando, por los escaparates de los almacenes, por los coches, por los transeúntes, por toda la vida que corría rápida entre las casas pobladas de ventanas.

Gracias por la comida que me ha dado fuerzas, por el vaso de cerveza que me apagó la sed.
Gracias por la moto que, fácil, me ha llevado a mis cosas, por la gasolina que la hace correr, por el viento que me acarició el rostro y por los árboles que me fueron saludando al pasar.

Gracias por las muchachas con las que me encontré, por el rojo de los labios de Marité, que tan bien le sienta; por el permanente de Rosa, que la hace más bonita; por el gesto mimoso de Anamari y su sonrisa que le desarma a uno.

Gracias por el peque que vi jugar en la acera de enfrente,
gracias por sus patines y por la divertida cara de susto que puso al caerse.

Gracias por los buenos días que la gente me ha dado,
por los apretones de mano que di,
por las sonrisas que me han brindado.
Gracias por mamá que me recibe en casa, por su cariño discreto, por su silenciosa presencia.
Gracias por el techo que me cobija, por la luz que me alumbra, por la radio que canta.
Gracias por el parte del mediodía, por las crónicas deportivas, por las historias con humor.
Gracias por el ramillete de flores, pequeña obra maestra encima de mi mesa.

Gracias por la noche apacible,
gracias por las estrellas,
gracias por el silencio.

Gracias por el tiempo que me diste,
gracias por la vida,
gracias por la Gracia.

Gracias por estar conmigo, Señor.
Gracias por recibir en tus manos este paquete de mis dones para ofrecerlo al Padre.
Gracias, Señor.
Gracias.