Amadísimos hermanos, en el mes de mayo, que estamos viviendo, resulta espontáneo dirigirse a María, a la que invocamos como "Reina de las misiones". Tomemos en las manos las cuentas del rosario, cuyo rezo, en la historia de la Iglesia, ha obtenido siempre, además del crecimiento en la fe, una particular protección para los devotos de la Virgen. Aquí quiero repetir también la invitación que dirigí a los muchachos de la Infancia misionera: "Es muy sugestivo el rosario misionero: una decena, la blanca, es por la vieja Europa, para que sea capaz de recuperar la fuerza evangelizadora que ha engendrado tantas Iglesias; la decena amarilla es por Asia, que rebosa de vida y de juventud; la decena verde es por África, probada por el sufrimiento, pero disponible al anuncio; la decena roja es por América, promesa de nuevas fuerzas misioneras; y la decena azul es por el continente de Oceanía, que espera una difusión más amplia del Evangelio".
Con estos sentimientos, os encomiendo a todos a la Madre común, a la que -estoy seguro- ofrecéis oraciones y sacrificios continuos en el cumplimiento de vuestro valioso trabajo misionero. La bendición apostólica, que os imparto de corazón, os obtenga a vosotros y a vuestros colaboradores abundantes efusiones de favores celestiales.