(De "El gran medio de la oración" por san Alfonso María de Ligorio)
Sin oración cosa muy difícil es que nos podamos salvar; tan difícil que, como lo hemos demostrado, es del todo imposible según la ordinaria Providencia.
Con la oración, la salvación es segura y fácil..Porque en efecto, ¿qué se necesita para salvarnos? Que digamos: Dios mío ayudadme; Señor mío, amparadme y tened misericordia de mí. Esto basta. ¿Hay cosa más fácil? Pues, repitámoslo; que si lo decimos bien y con frecuencia, esto bastará para llevamos al cielo. San Lorenzo Justiniano nos exhorta muy encarecidamente que al principio de todas nuestras obras hagamos alguna oración. Casiano por su parte, nos recuerda el ejemplo de los antiguos padres, los cuales exhortaban a todos a que recurrieran a Dios con breves, pero frecuentes jaculatorias. San Bernardo decía: Que nadie haga poco caso de la oración, ya que el Señor la estima tanto que nos da lo que pedimos o cosa mejor, si comprende que es más útil para nuestra alma
Pensemos que, si no rezamos, ninguna excusa podremos alegar, porque Dios a todos da la gracia de orar. En nuestras manos está el rezar siempre que queramos como lo confesaba el santo rey David: Haré para conmigo oración a Dios, autor de mi vida. Le diré al Señor.- Tú eres mi amparo. Mas de esto largamente hablaremos en la parte segunda. Allí se pondrá en claro que Dios da a todos la gracia de orar; y así con la oración podemos alcanzar los socorros divinos que necesitamos para observar los mandamientos y perseverar hasta el fin en el camino del bien. Ahora afirmo únicamente que si no nos salvamos, culpa nuestra será. Y la causa de nuestra infinita desgracia será una sola: que no hemos rezado.