(Del "Pequeño tratado de oración contemplativa, para buscadores solitarios de Dios", de un ermitaño anónimo)
En la oración no se trata de pedir cosas a Aquel que todo conoce. La oración no es para decirle a Dios lo que quieres sino para escuchar lo que Él quiere para ti y que no es otra cosa que compartir lo que Él es: Tranquilidad profunda, Beatitud, Paz, Bondad, Belleza, Amor.
No se trata de pedir cosas sino de comprender que no necesitas nada más que la presencia de Dios y descansar en esa morada llena de sus cualidades.
Antes de orar debes de comprender que detrás de todos tus deseos de objetos o de situaciones del mundo, solo hay un deseo: la paz profunda. Y ese deseo último que tanto anhelas y que proyectas en los objetos y situaciones del mundo solo lo puedes obtener en la interioridad. La tranquilidad y la plenitud solo están en tu espíritu, que es el espíritu de Dios.
Una persona se pone a orar cuando ha comprendido claramente la futilidad y la relatividad de todos los objetivos convencionales humanos que, aún teniendo su importancia relativa, no pueden darle la paz profunda, la plenitud que todo ser humano anhela con nostalgia. Es comprendiendo claramente esto, bien sea por la propia inteligencia, o movido por las constantes dificultades de la vida, cuando uno se acerca a la Paz, la Belleza, la Bondad, la Plenitud y la Alegría que proporciona el contacto con lo Absoluto y con lo Sagrado a través de la oración en su calidad más contemplativa.
Sumergirse en el "acto orante" es el síntoma más claro de que se ha llegado al discernimiento (entre lo verdadero y lo falso), al desapego (de las cosas del mundo), a la sumisión (a la presencia de Dios), a la humildad (respecto a nuestra capacidad humana), a la sabiduría (habiendo comprendido donde está la plenitud y el gozo verdaderos), a la caridad (al abrazar en nuestra oración a toda la creación), y a todas las demás virtudes. Todas las virtudes están contenidas en la oración.
Orar es un acto simple de colocación ante la presencia de lo Sagrado.
No te compliques con rituales ni con palabrería o con lecturas excesivas. Orar es muy sencillo, no hace falta que te leas todos los libros que hay sobre el tema. Se trata de orar, no de leer sobre ello. Vale más un minuto de presencia en lo Sagrado que un año de lecturas sobre la oración.
El rato de oración es un paréntesis de tranquilidad en tu vida. Nunca tengas prisa. La prisa, la ansiedad, la complicación y la dispersión son los mayores enemigos del espíritu. Mantenlos a raya cueste lo que cueste. Nunca te dejes llevar por ellos. Mantente todo el tiempo que haga falta hasta que reconozcas la presencia de lo Sagrado. Esto puede llevarte desde unos pocos minutos hasta horas. Ten paciencia y espera.
Evita hacerlo de manera mecánica y rutinaria; hazlo, no por obligación, sino por devoción. Eso te coloca en una actitud y en una atmósfera totalmente diferentes.
El pensamiento racional puede llegar a ser un gran enemigo del espíritu. No pienses, razones ni elucubres sobre lo que haces. Simplemente hazlo; simplemente reza. Entra en esa atmósfera, no pienses sobre ella. El pensamiento no entiende esos estados y antes, durante o después de la oración, pondrá todo tipo de impedimentos y de razonamientos haciéndote ver lo absurdo de la práctica. El pensamiento empleará todo tipo de argumentos de lo más convincentes e ingeniosos. ¡No hagas caso al pensamiento! Diga lo que diga la mente, tú continúa con tu práctica de oración.
Ten en cuenta que esto te sucederá, incluso, después de muchos años de práctica y de frecuentación de esos "lugares del Espíritu". Muchos son los testimonios de personas de oración y de vida interior que así lo confirman. Nunca hagas caso a esos pensamientos. La mente pensante, hiperdesarrollada en las personas actuales, no puede abarcar ciertas moradas y se resiste con todas sus fuerzas poniendo una barrera que debemos vencer con perseverancia e inspiración.