En aquel tiempo, Jesús salió y se retiró al país de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle:
-Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo.
-Atiéndela, que viene detrás gritando.
El les contestó:
-Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.
Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió de rodillas:
-Señor, socórreme.
El le contestó:
-No está bien echar a los perros el pan de los hijos.
Pero ella repuso:
-Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos.
Jesús le respondió:
-Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.
En aquel momento quedó curada su hija.
REFLEXIÓN:
El contexto en que acontece este pasaje narrado por Mateo es el siguiente: Pedro ha sido salvado de las aguas por Jesús luego de que su vacilante fe le llevara a hundirse en el momento en que caminaba sobre las aguas hacía Jesús en medio de la tormenta; al llegar a tierra los fariseos formulan críticas a Jesús porque sus discípulos no cumplen las tradiciones rituales de purificación y limpieza, generándose una situación de enfrentamiento al Señor. Es entonces que el grupo se dirige a una región pagana, donde aparece la mujer cananea que intenta obtener a toda costa el favor del Señor.
Llama la atención la dureza del trato hacía ella. Pero sería oportuno citar un par de observaciones que se deben tener en cuenta. La primera es que, no obstante que rompió esquemas de comportamiento, Jesús asumió una cultura determinada en una época específica del tiempo; como hombre, su comportamiento se enmarca de algún modo en ese ambiente. La segunda observación está relacionada con la primera, el personaje que pide el auxilio de Jesús tiene grandes obstáculos en esa cultura para poder relacionarse con él. Era una mujer, y las mujeres no podían dirigirse en público a los hombres. Además era pagana, específicamente cananea, y los judíos no se acercaban a los paganos. Y todavía más, se encontraba en una situación de impureza para los judíos, ya que tenía una hija que estaba endemoniada.
Ella ha visto en Jesús su única posibilidad de alcanzar la salud para su hija, y decide con obstinación aferrarse a ella y no dejarla escapar. En principio el Señor parece ignorarla a pesar de los gritos de súplica. Aunque el texto citado expresa que los discípulos le piden al Maestro "atiéndela", realmente lo que dicen es "dile que se vaya"; están desesperados con los alaridos suplicantes de la mujer, que consideran insoportables. Consciente de su limitada misión tanto en tiempo como en territorio, dirigida por el momento sólo a los hijos de Israel, Jesús continua en aparente indiferencia ante la constante insistencia de esta extranjera.
Esta mujer, que ha llamado a Jesús con el título mesiánico "Hijo de David" que los fariseos y muchos otros judíos se han negado en reconocerle, nos da un ejemplo de perseverancia postrándose ante el Señor en actitud de adoración y clamando su ayuda reiteradamente. ¡Que contraste con nosotros hoy, que tantas veces abandonamos nuestras oraciones ante lo que calificamos como el silencio de Dios frente a nuestras súplicas que consideramos no escuchadas!
Pero la cananea recibe una prueba aun más fuerte. Los judíos solían utilizar el término "perros" para referirse a los paganos. Jesús emplea esa costumbre judía para indicarle a la mujer que ella no estaba incluida en el ámbito de su misión inmediata. La confianza en el poder sanador de Jesús lleva a esta mujer a aceptar el calificativo enarbolando también la humildad como una virtud a ser emulada por todos nosotros. Esa fe, unida a su respuesta reconociendo su condición de alejada del pueblo de Dios, la hace entonces merecedora del elogio de parte del Señor, obteniendo finalmente lo que buscaba con afán: la sanación de su hija enferma.
En la Epístola a los Efesios, Pablo habría de afirmar luego que "por la sangre de Cristo fue derribado el muro que separaba a los gentiles de la nación de Israel" (Ef 2,13). La universalidad de la salvación, que estaba reservada para ser manifestada luego de la resurrección y ascensión de Jesús es expresada en el texto del Evangelio citado hoy, como un anticipo debido a la fe de esta mujer que, aunque no siendo parte del pueblo escogido, fue superior a la escasa fe manifestada por Pedro al intentar caminar sobre las aguas turbulentas y muy superior a la que nosotros con frecuencia le manifestamos a Dios en la actualidad.
Esta lectura nos proporciona una ocasión apropiada para orar por nuestra relación con Dios, no la desaprovechemos: Te pedimos, Señor, que aumentes nuestra fe en ti. Danos humildad en nuestro carácter y perseverancia en la oración. Ayúdanos a tener confianza total en tus planes y a entender que siempre estás atento a nosotros, escuchas nuestras plegarias y no nos desamparas. Amen.
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