-José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta: Mirad, la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel (que significa: «Dios-con-nosotros»).
Cuando José se despertó hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.
REFLEXIÓN:
Estamos en el cuarto Domingo de Adviento, la Navidad está cada vez más próxima. La luz de nuestros corazones debe estar en similar y armónica intensidad acorde con la luz de la corona de Adviento, cuyo cuarto cirio es encendido hoy. Cristo es la luz del mundo y nuestros corazones deben disponerse para albergarlo y disipar las tinieblas de nuestros pecados.
En los Domingos precendentes de este Adviento, hemos presenciado la activa participación de dos personajes principales de este tiempo; ellos son Isaías, el profeta del anuncio, y Juan el Bautista, el precursor encargado de preparar el camino para la llegada del Salvador.
En esta parte final del Adviento aparece un tercer personaje de gran importancia. Nos referimos a la virgen María, cuya aceptación a participar en el misterio de la encarnación del Hijo de Dios fue esencial para que, llegada la plenitud de los tiempos, la salvación del mundo fuese posible. En el texto de hoy, aparece con ella José, cuya participación es también de primer orden, aunque opacada muchas veces por el brillo involuntario, pero merecido, de su esposa.
Como es sabido, las costumbres matrimoniales de la sociedad y época del nacimiento de Jesús implicaban un compromiso efectuado en la pubertad de la novia, a partir del cual, sin los novios tener relaciones íntimas, eran ya considerados casados. Al cabo de cierto tiempo la pareja pasaba a convivir juntos y consumar el matrimonio. Es precisamente en la primera etapa en que se encontraba la relación entre José y María, cuando éste se da cuenta que ella está embarazada sin la intervención de él.
El pasaje de hoy nos dice que José, quien aunque tenía la creencia de que había ocurrido un adulterio, no pensó en denunciarla públicamente ya que esto hubiese generado la condena a una humillante muerte mediante lapidación de María. Al llamarle justo, Mateo resalta que José era un hombre piadoso, cumplidor de los mandatos de Dios; su intención era simular un divorcio y apartarse de María, pero de tal modo que no la perjudicara hasta el punto de su descrédito y muerte. María está pasando por la primera de las tantas dificultades que su aceptación a ser la Madre de Jesús le acarrearía.
Es entonces que acontece la anunciación que en sueños le hace el ángel a José; al indicarle que "tú" le pondrás el nombre, aunque dicho nombre ya estuviese previamente señalado, está diciéndole que él haría la función de padre legal de la criatura, y que estaría a cargo de su cuidado y protección. Encargo que no habría de ser nada sencillo en sus comienzos, por causa de los peligros que acechaban al niño y que son narrados más adelante en el Evangelio de Mateo.
La aceptación de José a las instrucciones del ángel, propia de su categoría de justo y creyente, conlleva a la realización del plan de Dios para la salvación de la humanidad. Igualmente contribuyó a ello el cuidado que durante toda su vida este santo hombre ejerció con esmero tanto en María como en el niño Jesús.
Este humilde obrero, cumpliendo las funciones de buen papá y de acuerdo a las costumbres de la época, transmitió además los conocimientos de su oficio de carpintero a quien habría de ser conocido en su vecindario como hijo suyo. Alrededor de 30 años después, el centurión romano que comandaba en Jerusalén las tropas de ejecución, habría de reconocer la verdadera filiación de aquel que una vez había sido considerado como el hijo del carpintero, y que en ese momento acababa de cumplir su misión cargando con los pecados del mundo, diciendo: "Verdaderamente éste era Hijo de Dios" (Mateo 27,54)
Sigamos avanzando en este tiempo de Adviento que está próximo a culminar, continuemos preparando nuestros corazones, para que convertidos al Señor celebremos el nacimiento en nuestro interior del Hijo de Dios que viene a salvarnos.
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En los Domingos precendentes de este Adviento, hemos presenciado la activa participación de dos personajes principales de este tiempo; ellos son Isaías, el profeta del anuncio, y Juan el Bautista, el precursor encargado de preparar el camino para la llegada del Salvador.
En esta parte final del Adviento aparece un tercer personaje de gran importancia. Nos referimos a la virgen María, cuya aceptación a participar en el misterio de la encarnación del Hijo de Dios fue esencial para que, llegada la plenitud de los tiempos, la salvación del mundo fuese posible. En el texto de hoy, aparece con ella José, cuya participación es también de primer orden, aunque opacada muchas veces por el brillo involuntario, pero merecido, de su esposa.
Como es sabido, las costumbres matrimoniales de la sociedad y época del nacimiento de Jesús implicaban un compromiso efectuado en la pubertad de la novia, a partir del cual, sin los novios tener relaciones íntimas, eran ya considerados casados. Al cabo de cierto tiempo la pareja pasaba a convivir juntos y consumar el matrimonio. Es precisamente en la primera etapa en que se encontraba la relación entre José y María, cuando éste se da cuenta que ella está embarazada sin la intervención de él.
El pasaje de hoy nos dice que José, quien aunque tenía la creencia de que había ocurrido un adulterio, no pensó en denunciarla públicamente ya que esto hubiese generado la condena a una humillante muerte mediante lapidación de María. Al llamarle justo, Mateo resalta que José era un hombre piadoso, cumplidor de los mandatos de Dios; su intención era simular un divorcio y apartarse de María, pero de tal modo que no la perjudicara hasta el punto de su descrédito y muerte. María está pasando por la primera de las tantas dificultades que su aceptación a ser la Madre de Jesús le acarrearía.
Es entonces que acontece la anunciación que en sueños le hace el ángel a José; al indicarle que "tú" le pondrás el nombre, aunque dicho nombre ya estuviese previamente señalado, está diciéndole que él haría la función de padre legal de la criatura, y que estaría a cargo de su cuidado y protección. Encargo que no habría de ser nada sencillo en sus comienzos, por causa de los peligros que acechaban al niño y que son narrados más adelante en el Evangelio de Mateo.
La aceptación de José a las instrucciones del ángel, propia de su categoría de justo y creyente, conlleva a la realización del plan de Dios para la salvación de la humanidad. Igualmente contribuyó a ello el cuidado que durante toda su vida este santo hombre ejerció con esmero tanto en María como en el niño Jesús.
Este humilde obrero, cumpliendo las funciones de buen papá y de acuerdo a las costumbres de la época, transmitió además los conocimientos de su oficio de carpintero a quien habría de ser conocido en su vecindario como hijo suyo. Alrededor de 30 años después, el centurión romano que comandaba en Jerusalén las tropas de ejecución, habría de reconocer la verdadera filiación de aquel que una vez había sido considerado como el hijo del carpintero, y que en ese momento acababa de cumplir su misión cargando con los pecados del mundo, diciendo: "Verdaderamente éste era Hijo de Dios" (Mateo 27,54)
Sigamos avanzando en este tiempo de Adviento que está próximo a culminar, continuemos preparando nuestros corazones, para que convertidos al Señor celebremos el nacimiento en nuestro interior del Hijo de Dios que viene a salvarnos.
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