(Extraído de la entrevista al Cardenal Joseph Ratzinger en el libro: "La sal de la tierra - Cristianismo e Iglesia Católica ante el nuevo milenio - Una conversación con Peter Seewald")
Sólo algunos católicos particularmente fieles, divorciados que luego se casan civilmente en matrimonio no reconocido por la Iglesia, cumplen con la excomunión que les afecta por este motivo. Esto no parece muy justo, es una humillación, incluso parece anticristiano. En el año 1972 usted decía: «El matrimono es sacramento ... eso no excluye que la Comunión de los santos de la Iglesia también abarque a los hombres que, reconociendo esta doctrina y estos principios de vida, estén en una particular situación de emergencia que requiera una especial comunión con el Cuerpo de Cristo».
Pero yo pienso que ese peso se puede sobrellevar algo mejor, si se tiene en cuenta que hay otros muchos que tampoco pueden ir a comulgar. Este hecho, últimamente, se ha convertido en un problema mayor, porque se ha hecho de la comunión una especie de rito social, de modo que, el que no participe de ella queda significado de alguna forma. Las cosas se juzgarían de distinto modo si volviera a ser manifiesto que hay otros que también se dicen: «así no puedo comulgar», «tengo sobre la conciencia algo que me impide acercarme a comulgar», y si, como dijo San Pablo, ahí se reconociera el Cuerpo de Cristo. Eso por un lado. Y, por otro, que esas personas tengan conciencia de que, a pesar de todo, la Iglesia les acoge y sufre con ellas.
Eso más bien parece un deseo piadoso.
Pero eso, como es natural, debería ser evidente en la vida de una comunidad. Por otra parte cuando se acepta esa renuncia a la comunión, también se está haciendo algo bueno por la Iglesia y por la humanidad, pues se da testimonio de la unidad del matrimonio. Y pienso que, además, con eso se consigue algo muy importante, como es reconocer que se debe cambiar de conducta, y entonces el sufrimiento y la renuncia también pueden ser positivos. Y, por último, también es muy positivo volver a recordar qué es la Misa, La Eucaristía está llena de significado, da fruto, aunque no siempre se pueda ir a comulgar. 0 sea, que este asunto sigue siendo delicado y difícil, pero cuando se pongan en orden todas estas ideas yo creo que resultará más llevadero.
Cuando el sacerdote recita las palabras, «Benditos los invitados a la cena del Señor», los otros deben sentirse malditos.
Esto, desgraciadamente, ha quedado poco claro debido a una traducción incorrecta. Porque esas palabras no se refieren directamente a la Eucaristía. Han sido tomadas del Apocalipsis y hacen referencia a una invitación al banquete de bodas definitivo, representado en la Eucaristía. El que no pueda acercarse en el momento de la comunión, no debe, por eso, sentirse excluido del banquete de bodas de la eternidad. Lo que importa es hacer un continuo examen de conciencia y pensar si se está preparado para acercarse al banquete eterno -si eso sucediera ahora- y para ir a comulgar en ese momento. Con ese llamamiento se exhorta al que no estuviera en condiciones, a reflexionar que él también será invitado a ese banquete nupcial, como todos los demás. Y, tal vez, sea mejor acogido por haber sufrido mucho.
Esta cuestión, ¿se volverá a discutir de nuevo, o se ha dado ya por zanjada?
Ya está decidida en lo fundamental, pero, de hecho, puede haber todavía alguna otra cuestión o pregunta singular. Podría suceder, por ejemplo, que en un futuro se pudiera comprobar con posterioridad, gracias a alguna verificación extrajudicial, que el primer matrimonio había sido nulo. Esto, en la práctica de la cura de almas, podría suceder, en algún caso. Y es posible, puede pensarse que haya cambios jurídicos de esa índole que descomplicarían mucho algunas cosas. Pero el principio fundamental es definitivo, es decir, que el matrimonio es indisoluble, y que el que abandona un matrimonio válido y menosprecia el sacramento para volver a contraer matrimonio no puede comulgar. Éste es un principio fundamental definitivo.
Casi siempre se insiste en los mismos puntos. Por ejemplo, ¿qué cosas de la antigua Tradición debe conservar la Iglesia, y cuáles podría desechar? Y, ¿cómo se decide esto?, ¿existe algún listado con una línea divisoria: a la derecha, lo que vale para siempre y, a la izquierda, lo que se puede renovar?
No. No es tan fácil como eso, por supuesto. La misma Tradición contiene muchas cosas que no son de igual importancia. Antes, en teología se hablaba de distintos grados de evidencia, y no era tan equivocado. Actualmente, muchos creen que deberíamos volver a esa costumbre. Cuando se habla de la jerarquía de las verdades, lo que se quiere decir es que no todas tienen la misma importancia, es decir, que no todas son esenciales, pues lo que las grandes resoluciones conciliares declaran es lo mismo que ya está dicho en el Credo, único camino y, por tanto, parte esencial de la Iglesia, que pertenece a su identidad más íntima. Y luego hay, además, distintas ramificaciones que proceden de un gran árbol, y que están íntimamente en relación con él, pero que no tienen la misma importancia. La Iglesia tiene sus señas de identidad para reconocer las cosas, es decir, la iglesia no es inamovible, se identifica con todo lo viviente, pero permaneciendo siempre fiel a sí misma a medida que evoluciona.