Juan 18,1 - 9,42: Pasión de nuestro Señor Jesucristo


En aquel tiempo Jesús salió con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo:
-¿A quién buscan?
Le contestaron:
-A Jesús el Nazareno.
Les dijo Jesús:
-Yo soy.
Estaba también con ellos Judas el traidor. Al decirles «Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:
-¿A quién buscan?
Ellos dijeron:
-A Jesús el Nazareno.
Jesús contestó:
-Les he dicho que soy yo. Si me buscan a mí, dejen marchar a éstos.
Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste.» Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:
-Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?
La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año, el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo.» Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Ese discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera, a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro:
-¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?
El dijo:
-No lo soy.
Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina. Jesús le contestó:
-Yo he hablado abiertamente al mundo: yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo.
Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:
-¿Así contestas al sumo sacerdote?
Jesús respondió:
-Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?
Entonces Anás lo envió a Caifás, sumo sacerdote. Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron:
-¿No eres tú también de sus discípulos?
El lo negó diciendo:
-No lo soy.
Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:
-¿No te he visto yo con él en el huerto?
Pedro volvió a negar, y en seguida cantó un gallo. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al Pretorio. Era el amanecer y ellos no entraron en el Pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos y dijo:
-¿Qué acusación presentan contra este hombre?
Le contestaron:
-Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos.
Pilato les dijo:
-Llévenselo ustedes y júzguenlo según su ley.
Los judíos le dijeron:
-No estamos autorizados para dar muerte a nadie.
Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir. Entró otra vez Pilato en el Pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
-¿Eres tú el rey de los judíos?
Jesús le contestó:
-¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?
Pilato replicó:
-¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?
Jesús le contestó:
-Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.
Pilato le dijo:
-Conque, ¿tú eres rey?
Jesús le contestó:
-Tú lo dices: Soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.
Pilato le dijo:
-Y, ¿qué es la verdad?
Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo:
-Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre ustedes que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Quieren que les suelte al rey de los judíos?
Volvieron a gritar:
-A ése no, a Barrabás.
Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:
-¡Salve, rey de los judíos!
Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
-Miren, lo saco afuera, para que sepan que no encuentro en él ninguna culpa.
Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:
-Aquí lo tienen.
Cuando lo vieron los sacerdotes y los guardias gritaron:
-¡Crucifícalo, crucifícalo!
Pilato les dijo:
-Llévenselo ustedes y crucifíquenlo, porque yo no encuentro culpa en él.
Los judíos le contestaron:
-Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios.
Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el Pretorio, dijo a Jesús:
-¿De dónde eres tú?
Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo:
-¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?
Jesús le contestó:
-No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor.
Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:
-Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César.
Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal en el sitio que llaman «El Enlosado» (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos:
-Aquí tienen a su Rey.
Ellos gritaron:
-¡Fuera, fuera; crucifícalo!
Pilato les dijo:
-¿A su rey voy a crucificar?
Contestaron los sumos sacerdotes:
-No tenemos más rey que al César.
Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: JESUS EL NAZARENO, EL REY DE LOS JUDIOS. Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos le dijeron a Pilato:
-No escribas «El rey de los judíos», sino «Este ha dicho: Soy rey de los judíos.
Pilato les contestó:
-Lo escrito, escrito está.
Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:
-No la rasguemos, sino echemos a suertes a ver a quién le toca.
Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica.» Esto hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre María la de Cleofás, y María la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:
-Mujer, ahí tienes a tu hijo.
Luego dijo al discípulo:
-Ahí tienes a tu madre.
Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo:
-Tengo sed.
Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre dijo:
-Está cumplido.
E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados con la lanza le traspasó el costado y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio y su testimonio es verdadero y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice: «Mirarán al que atravesaron.» Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para las judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

REFLEXIÓN:

Su Pasión se explica por sí sola, los comentarios realmente son prescindibles. Hoy es un día para meditar la obediencia y abandono de Jesús en la voluntad del Padre, así como en el valor redentor de la cruz. Resaltaremos brevemente sólo algunos detalles a continuación.

En el momento de su apresamiento, al preguntar por Jesús de Nazaret y éste responder con el nombre divino "Yo Soy", el pelotón cae en tierra. Jesús viene del Padre y al Padre vuelve, la sola mención de su nombre estremece a los persecutores. El Señor, sin embargo, no usa su poder para rehuir a la misión encomendada.

Caifás ya anteriormente había dicho una verdad profética; había aconsejado a los judíos: “Conviene que un hombre muera por el pueblo”. Sin saberlo estaba revelando el carácter salvador de la muerte de Cristo: iba a morir por la salvación de muchos.

Pedro, que con su carácter impetuoso intenta defender a su maestro con la fuerza de la espada, más tarde habría de negar vehementemente siquiera conocerle. En él se refleja la vacilación de cada uno de nosotros en nuestro caminar hacia Jesús. Por su parte, los demás discípulos, con la excepción del joven Juan, desaparecerían completamente del escenario huyendo ante el apresamiento de su Maestro.

El juicio es cualquier cosa menos una manifestación de justicia. En la casa de Anás, los judíos acuden a la violencia y agresión física hacía Jesús ante la falta de verdaderos argumentos contra él. En tanto que Pilato no es más que una caricatura de juez de carácter vacilante, que intenta filosofar preguntando a Jesús "que es la verdad?", estando nada más y nada menos que frente a la Verdad hecha hombre.

Con saña, Jesús es azotado, humillado y despreciado. El pueblo que días antes lo había recibido con júbilo, le da luego la espalda y pide a coro que sea crucificado. Entre dos delincuentes, finalmente es clavado en la cruz; castigo que lo lleva a una muerte considerada maldita por los judíos. Sin proponérselo, Pilato expresa el carácter universal del sacrificio de Jesús, al mandar a colocar en la cruz el letrero "Jesús de Nazaret Rey de los Judíos" en tres idiomas.

Esto acontecía ante la presencia de su madre, cumpliéndose la profecía de Simeón, que en la Presentación en el Templo había dicho: "Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y como signo de contradicción ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones" (Lucas 2,34-35).

Representaba tanto su madre para Jesús, que en medio de ese sufrimiento tiene el detalle de dejarla al cuidado del joven discípulo que apreciaba mucho, haciendo una entrega mutua entre ambos. La tradición siempre ha interpretado este pasaje como la relación dispuesta por Jesús entre María y la Iglesia.

Aunque sus perseguidores consideraban que eran ellos quienes lo estaban llevando a la cruz, esa muerte es asumida voluntariamente por Cristo que sabía que mediante su dolorosa pasión obtenía la salvación del ser humano. Su muerte es exaltación; la cruz se convierte entonces en victoria en lugar de derrota. Por ella Jesús alcanza la glorificación y nosotros la redención. Entregando su vida terrena, nos da a nosotros la vida eterna.

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