Vía crucis

(Juan 19,17: Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado «del Cráneo», en hebreo «Gólgota»)
Hoy yo alabo al Señor
con esta oración que en versos efundo
porque, del destructor
que del mal es oriundo,
redimió con su santa cruz al mundo.

Fue en vía crucis sacral
que el amor, en sangrante travesía
que aún vence óbito igual,
tornó cruel villanía
en la triunfante y salvífica vía.

I
Muerte fue la sentencia;
falsos testigos ante inicuo juez;
del Sanedrín, la influencia.
Jesús opta mudez
al sufrir la maldad e insensatez.

Al escoger lo errado
en vez de a Jesús, soy yo quien condena:
¡muere!, fallo he dictado.
Mi alma se gangrena
y Él, como en su juicio, sufre y se apena.

II
Jesús carga esa cruz
de incómodos y duros maderos;
de buey, tratan la Luz,
con tales lastres fieros
unos guardias que son como arrieros.

Mis yerros, sobrepeso
son, a esa carga; y aunque Él no protesta,
culpable soy, confieso,
de algo que a Dios molesta
al cometer el pecado que apesta.

III
Cae por primera vez;
sangre perdida por fuertes azotes,
vejado con brutez
por armados bravotes;
de cansancio y dolor, ya hay más que brotes.

No le vieron renombre;
Dios con nosotros, bajado del Cielo
aquí sufre como hombre
que, por desprecio y celo,
herido es por, de todos, el hielo.

IV
Y Él, a su madre, encuentra,
porque presente allí estaba María
cuando el abandono entra.
Ahí ya ella sentía
el espadazo de la profecía.

De Hijo y Madre, el dolor,
enseñanza me deje, no tristeza:
el familiar amor,
en pruebas, entereza,
y, hasta en caídas, la firmeza.

V
La ayuda de un cirineo,
al exhausto Jesús le da un respiro,
al ir desde su empleo
a su hogar en retiro;
y, aunque fue por fuerza, la admiro.

Dichoso ese Simón,
estuvo en lugar y tiempo precisos.
Ayudar es un don
del que somos omisos;
de ayuda, no sea yo de los remisos.

VI
Su rostro le enjuga
una mujer cuyo nombre es Verónica.
Su tez, que se desjuga,
ya semeja agónica
y es limpiada en acción, por siempre, icónica.

Es limpieza amorosa,
no quiere ver en su rostro el dolor,
sino cara donosa.
¿Ese amor y valor,
qué me impide expresarlo al Señor?

VII
La caída segunda
de Jesús muestra fatiga en aumento
y que el suplicio abunda
en un trato tan cruento.
Sufrimiento y dolor. ¡Cuánto tormento!

Es Dios que se ha hecho humano;
anonadada la Divinidad,
que se hace hermano
y sufre en verdad;
hoy me dice: ¿por qué tanta maldad?

VIII
Jesús, a las mujeres
de Sión, que lloran y, por Él, lamentan:
entonen misereres
pues males que aspavientan
ya en sus propias casas se aposentan.

Como a ellas, me apena
y parte el alma ver tanto sufrir;
parte soy de esa escena:
si a Él voy a seguir,
mi sufrimiento me ha de venir.

IX
La tercera caída,
el preludio, parece, del final;
con la cruz, a Él, unida
con su peso brutal;
¡más sufrimiento a la espera mortal!

Repetidas las veces
que yo he caído y vuelto a caer
de bruces a las heces.
Aquí enseña que hacer:
levantarme y seguir para vencer.

X
Jesús es despojado:
reparten y sortean vestiduras;
¡ropa santa en mercado!
Son acciones oscuras,
ofensas de soldados caraduras.

En abuso que irrita,
despojo le hicieron sin resistencia;
ese ejemplo me invita
superar la violencia
manifestando cual es mi creencia.

XI
En la cruz es clavado
como un criminal; fue a sangre fría
y cada golpe dado
aflige todavía,
pues sangre vertió Dios en agonía.

Y hoy mis clavos le duelen,
son mis agravios siendo martillados
con mazazos que muelen;
pero allí clavados,
Jesucristo ha dejado mis pecados.

XII
En la cruz, Jesús muere
en un hecho salvífico supremo;
muestra cuánto nos quiere
su Padre, hasta el extremo,
dando su Hijo como un chance postremo.

En esa cruz, así
sacrificado, contemplo al Cordero;
lo ha entregado, por mí,
aquel que tanto hiero,
Dios Padre, que así me dice: te quiero.

XIII
En brazos de su Madre,
de aquella cruz, Jesús es descendido
aún eso alma taladre
a quien, a Él, le ha parido.
¡La grandiosa misión ya se ha cumplido!

Hoy contemplo ese abrazo
de interminable amor, maternal gesto
después de aquel lanzazo.
Que no haga yo lo opuesto
a quien me ha dado su amor manifiesto.

XIV
En el sepulcro es puesto
el cuerpo por José de Arimatea;
propia tumba ha dispuesto
para que de Jesús sea;
con acciones y bienes le homenajea.

De bienes, desprendido,
es quien su corazón es bondadoso
y, a Dios, agradecido.
Me haga Él, dadivoso
como José fue; con Dios, generoso.


Esa vía recorrió
por mí, aún hice lo que ofende a Él;
ingrato he sido yo
con Jesús: ¡un infiel!
Piedad, misericordia, pido de Él.

Vía crucis, mío sea ya;
llevar su cruz, similar travesía
ahora aquí, ya no allá;
y Aquél que antes yo hería,
en este caminar, sea mi guía.

Amén.