No belleza de cuerpo ni hermosura de tiempo,
no blancura de luz, tan amable a estos ojos terrenos;
no dulces melodías de toda clase de cantilenas;
no fragancia de flores, de ungüentos y de aromas;
no manás ni mieles;
no miembros gratos a los abrazos de la carne:
nada de esto amo cuando amo a mi Dios.
Y, sin embargo, amo cierta luz, y cierta voz,
y cierta fragancia, y cierto alimento
y cierto abrazo del hombre mío interior,
donde resplandece a mi alma lo que no se consume comiendo,
y se adhiere lo que la saciedad no separa.
Esto es lo que amo cuando amo a mi Dios