Eficacia de la oración

(Texto de san Juan Crisóstomo, obispo)

Muchísimas veces, cuando Dios contempla a una muchedumbre que ora en unión de corazones y con idénticas aspiraciones, podríamos decir que se conmueve hasta la ternura. Hagamos, pues, todo lo posible para estar concordes en la plegaria, orando unos por otros, como los corintios rezaban por los apóstoles. De esta forma, cumplimos el mandato y nos estimulamos a la caridad. Y al decir caridad, pretendo expresar con este vocablo el conjunto de todos los bienes; debemos aprender, además, a dar gracias con un más intenso fervor.

Pues los que dan gracias a Dios por los favores que los otros reciben, lo hacen con mayor interés cuando se trata de sí mismos. Es lo que hacía David, cuando decía: Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre; es lo que el Apóstol recomienda en diversas ocasiones; es lo que nosotros hemos de hacer, proclamando a todos los beneficios de Dios, para asociarlos a todos a nuestro cántico de alabanza.

Pues si cuando recibimos un favor de los hombres y lo celebramos, disponemos su ánimo a ser más solícitos para merecer nuestro agradecimiento, con mayor razón nos granjearemos una mayor benevolencia del Señor cada vez que pregonamos sus beneficios. Y si, cuando hemos conseguido de los hombres algún beneficio, invitamos también a otros a unirse a nuestra acción de gracias, hemos de esforzarnos con mucho mayor ahínco por convocar a muchos que nos ayuden a dar gracias a Dios. Y si esto hacía Pablo, tan digno de confianza, con más razón habremos de hacerlo nosotros también.

Roguemos una y otra vez a personas santas que quieran unirse a nuestra acción de gracias, y hagamos nosotros recíprocamente lo mismo. Esta es una de las misiones típicas del sacerdote, por tratarse del más importante bien común. Disponiéndonos para la oración, lo primero que hemos de hacer es dar gracias por todo el mundo y por los bienes que todos hemos recibido. Pues si bien los beneficios de Dios son comunes, sin embargo tú has conseguido la salvación personal precisamente en comunidad. Por lo cual, debes por tu salvación personal elevar una común acción de gracias, como es justo que por la salvación comunitaria ofrezcas a Dios una alabanza personal. En efecto, el sol no sale únicamente para ti, sino para todos en general; y sin embargo, en parte lo tienes todo: pues un astro tan grande fue creado para común utilidad de todos los mortales juntos. De lo cual se sigue, que debes dar a Dios tantas acciones de gracias, como todos los demás juntos; y es justo que tú des gracias tanto por los beneficios comunes, como por la virtud de los otros.

Muchas veces somos colmados de beneficios a causa de los otros. Pues si se hubieran encontrado en Sodoma al menos diez justos, los sodomitas no habrían incurrido en las calamidades que tuvieron que soportar. Por tanto, con gran libertad y confianza, demos gracias a Dios en representación también de los demás: se trata de una antigua costumbre, establecida en la Iglesia desde sus orígenes. He aquí por qué Pablo da gracias por los romanos, por los corintios y por toda la humanidad.