(De los sermones de san Agustín, obispo)
La mies es abundante y los obreros pocos: rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. Entonces agregó a sus doce discípulos —a quienes nombró apóstoles— otros setenta y dos y los mandó a todos —como se deduce de sus palabras— a la mies ya en sazón.
¿Cuál era, pues, aquella mies? Esa mies no hay que buscarla ciertamente entre los gentiles, donde nada se había sembrado. No queda otra alternativa que entenderla de la mies que había en el pueblo judío. A esta mies vino el dueño de la mies, a esta mies mandó a los segadores: a los gentiles no les envió segadores, sino sembradores. Debemos, por consiguiente, entender que la cosecha se llevó a cabo en el pueblo judío, y la sementera en los pueblos paganos. De entre esta mies fueron elegidos los apóstoles, pues, al segarla, ya estaba madura, porque la habían previamente sembrado los profetas. Es una delicia contemplar los campos de Dios y recrearse viendo sus dones y a los obreros trabajando en sus campos.
Estad, pues, atentos y deleitaos conmigo en la contemplación de los campos de Dios y, en ellos, dos clases de mies: una, ya cosechada, y otra todavía por cosechar: cosechada ya en el pueblo judío, todavía por cosechar en los pueblos paganos. Vamos a tratar de demostrarlo. Y ¿cómo hacerlo sino acudiendo a la Escritura de Dios, el dueño de la mies? Pues bien, en el presente capítulo hallamos escrito: La mies es abundante y los obreros pocos: rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. En otro lugar el Señor dijo a sus discípulos: ¿No decís vosotros que todavía queda lejos el verano? Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega. Y añadió: Otros sudaron y vosotros recogéis el fruto de sus sudores. Trabajaron Abrahán, Isaac, Jacob, Moisés, los profetas; trabajaron sembrando y al llegar el Señor se encontró con una mies ya madura. Enviados segadores con la hoz del evangelio, acarrearon las gavillas a la era del Señor, donde había de ser trillado Esteban.
En este momento aparece en escena Pablo, y es enviado a los gentiles. Y al hacer valer la gracia que él ha recibido como un don particular y personal, no oculta este extremo. El nos dice efectivamente en sus escritos que fue enviado a predicar el evangelio allí donde el nombre de Cristo era desconocido. Y como aquella cosecha es ya una cosa hecha, fijémonos en esta mies, que somos nosotros. Sembraron los apóstoles y los profetas. Sembró el mismo Señor, ya que él estaba presente en los apóstoles y porque el mismo Cristo recolectó. Sin él, en efecto, ellos no pueden hacer nada, mientras que él es perfecto sin ellos. Por eso les dijo: Porque sin mí no podéis hacer nada. Y una vez que Cristo se decidió a sembrar entre los gentiles, ¿qué es lo que dice? Salió el sembradora sembrar. Y allí son enviados los obreros a segar.
Que estos apóstoles de Cristo, predicadores del evangelio, que no se detienen a saludar a nadie por el camino, esto es, que no buscan ni hacen otra cosa que anunciar el evangelio con genuina caridad, vengan a casa y digan: Paz a esta casa. No lo dicen sólo de boquita: escancian de lo que están llenos; predican la paz y poseen la paz. Así pues, el que rebosa paz y saluda: Paz a esta casa, si allí hay gente de paz descansará sobre ellos su paz.