(Comentario de san Juan Crisóstomo, obispo)
Imitemos al Señor y oremos por los enemigos. Imita al Señor: fue crucificado y abogó ante el Padre por sus verdugos. Pero me dirás: ¿Cómo puedo yo imitar al Señor? Si quieres, puedes. Pues si no pudieras imitarle, ¿cómo habría dicho: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón? Si no pudieras imitarle, no hubiera dicho Pablo: Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo.
Por lo demás, si no quieres imitar al Señor, imita a tu consiervo Esteban, pues que él imitó al Señor. Lo mismo que Cristo oraba al Padre por los que le crucificaban, así el siervo, mientras le apedreaban, acosado por todas partes, aguantando las pedradas y haciendo caso omiso deldolor que los golpes le causaban, decía: Señor, no les tengas en cuenta este pecado.
¿Quieres que te muestre otro consiervo que ha soportado tormentos mucho más graves? Dice Pablo: He sido apaleado tres veces por los judíos, una vez me han apedreado, he tenido tres naufragios y pasé una noche y un día en el agua. Y ¿qué responde a esos malos tratos? Por el bien —dice— de mis hermanos, los de mi raza y sangre, quisiera incluso ser un proscrito lejos de Cristo. ¿Quieres que te presente a otro no ya del nuevo sino del antiguo Testamento? Pues esto es lo más maravilloso de todo: que aquellos a quienes todavía no se les había mandado amar a los enemigos, sino que vivían bajo la ley del talión —ojo por ojo y diente por diente— hubieran llegado a la sabiduría apostólica. Escucha lo que dice Moisés, él que fue repetidas veces lapidado por los judíos y objeto de su desprecio: O perdonas su pecado o me borras del libro de tu registro. ¿No ves cómo cada uno de estos justos antepone la seguridad de los demás a la propia salvación? Tú no has pecado: ¿por qué entonces quieres correr la misma suerte que los culpables? Y responden: Porque si los demás sufren, no le encuentro sentido a mi prosperidad.
Así pues, ¿qué perdón podremos esperar si, mientras el Señor y sus siervos, tanto del nuevo como del antiguo Testamento, nos exhortan a orar por los enemigos, nosotros, por el contrario, oramos contra los enemigos? Por favor, hermanos, no hagamos semejante cosa, que cuanto más numerosos son los ejemplos, tanto mayor será nuestro castigo, si no los imitamos. Más valioso es orar por los enemigos que por los amigos; y también más ventajoso. Si amáis —dice— a los que os aman, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los publicanos?
Si, pues, oramos sólo por los amigos, no somos mejores que los paganos y publicanos; en cambio, cuando amamos a los enemigos nos hacemos, en lo que cabe, semejantes a Dios, que hace salir su sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia a justos e injustos. Seamos, pues, semejantes al Padre: Sed perfectos —dice el Señor— como vuestro Padre celestial es perfecto, para que merezcamos conseguir el reino de los cielos, por la gracia y la bondad del Señor Dios y Salvador nuestro Jesucristo, a quien corresponden el honor y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Imitemos al Señor y oremos por los enemigos. Imita al Señor: fue crucificado y abogó ante el Padre por sus verdugos. Pero me dirás: ¿Cómo puedo yo imitar al Señor? Si quieres, puedes. Pues si no pudieras imitarle, ¿cómo habría dicho: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón? Si no pudieras imitarle, no hubiera dicho Pablo: Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo.
Por lo demás, si no quieres imitar al Señor, imita a tu consiervo Esteban, pues que él imitó al Señor. Lo mismo que Cristo oraba al Padre por los que le crucificaban, así el siervo, mientras le apedreaban, acosado por todas partes, aguantando las pedradas y haciendo caso omiso deldolor que los golpes le causaban, decía: Señor, no les tengas en cuenta este pecado.
¿Quieres que te muestre otro consiervo que ha soportado tormentos mucho más graves? Dice Pablo: He sido apaleado tres veces por los judíos, una vez me han apedreado, he tenido tres naufragios y pasé una noche y un día en el agua. Y ¿qué responde a esos malos tratos? Por el bien —dice— de mis hermanos, los de mi raza y sangre, quisiera incluso ser un proscrito lejos de Cristo. ¿Quieres que te presente a otro no ya del nuevo sino del antiguo Testamento? Pues esto es lo más maravilloso de todo: que aquellos a quienes todavía no se les había mandado amar a los enemigos, sino que vivían bajo la ley del talión —ojo por ojo y diente por diente— hubieran llegado a la sabiduría apostólica. Escucha lo que dice Moisés, él que fue repetidas veces lapidado por los judíos y objeto de su desprecio: O perdonas su pecado o me borras del libro de tu registro. ¿No ves cómo cada uno de estos justos antepone la seguridad de los demás a la propia salvación? Tú no has pecado: ¿por qué entonces quieres correr la misma suerte que los culpables? Y responden: Porque si los demás sufren, no le encuentro sentido a mi prosperidad.
Así pues, ¿qué perdón podremos esperar si, mientras el Señor y sus siervos, tanto del nuevo como del antiguo Testamento, nos exhortan a orar por los enemigos, nosotros, por el contrario, oramos contra los enemigos? Por favor, hermanos, no hagamos semejante cosa, que cuanto más numerosos son los ejemplos, tanto mayor será nuestro castigo, si no los imitamos. Más valioso es orar por los enemigos que por los amigos; y también más ventajoso. Si amáis —dice— a los que os aman, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los publicanos?
Si, pues, oramos sólo por los amigos, no somos mejores que los paganos y publicanos; en cambio, cuando amamos a los enemigos nos hacemos, en lo que cabe, semejantes a Dios, que hace salir su sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia a justos e injustos. Seamos, pues, semejantes al Padre: Sed perfectos —dice el Señor— como vuestro Padre celestial es perfecto, para que merezcamos conseguir el reino de los cielos, por la gracia y la bondad del Señor Dios y Salvador nuestro Jesucristo, a quien corresponden el honor y el poder por los siglos de los siglos. Amén.