(Texto de san Agustín, obispo)
Nuestro Señor Jesucristo, al subir al cielo a los cuarenta días de su resurrección, nos recomendó su cuerpo que debía permanecer aquí abajo. Lo hizo porque previó que muchos iban a rendirle honores por haber ascendido al cielo, y vio también que este honor sería inútil, si pisoteaban sus miembros en la tierra. Y para que nadie fuera inducido a error, conculcando los pies en la tierra mientras adora a la cabeza en el cielo, declaró dónde se hallaban sus miembros.
Estando, pues, para subir al cielo pronunció sus últimas palabras; después de estas palabras no volvió a hablar ya en la tierra. Estando para ascender la cabeza al cielo, recomendó a los miembros en la tierra. Y desapareció. Ya no encuentras a Cristo hablando en la tierra: le encuentras hablando, pero en el cielo. ¿Y por qué desde el cielo? Porque sus miembros eran pisoteados en la tierra. A Saulo, el perseguidor, le dijo desde lo alto: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Subí al cielo, pero permanezco aún en la tierra; aquí estoy sentado a la derecha del Padre, allí padezco todavía hambre y sed, y soy peregrino.
¿Y de qué modo nos recomendó su cuerpo en la tierra cuando estaba para subir al cielo? Como le preguntasen sus discípulos: Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?, les respondió a punto de partir: No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos. Ved ahora por dónde va a difundir su cuerpo, ved dónde no quiere ser pisoteado: Recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo. Ved dónde permanezco, yo que asciendo.
Asciendo porque soy cabeza; permanece todavía mi cuerpo. ¿Dónde permanece? Por toda la tierra. Cuida de no herirlo, cuida de no violarlo, cuida de no pisotearlo: éstas son las últimas palabras de Cristo antes de partir para el cielo.
Reflexionad, hermanos, con entrañas cristianas: si para los herederos son tan dulces, tan gratas, de tanto peso las palabras del que está al borde del sepulcro, ¡cuáles no deberán ser para los herederos de Cristo las últimas palabras no del que está para bajar al sepulcro, sino del que está a punto de subir al cielos.
El alma de quien vivió y murió es transportada a otras regiones, mientras que su cuerpo se deposita en la tierra: que se cumplan o no sus últimas disposiciones, es algo que a él no le incumbe; otras son ya sus ocupaciones o sus sufrimientos; en su sepulcro yace un cadáver sin sentido. Y sin embargo, se respetan las últimas voluntades del finado. ¿Qué es lo que esperan los que no respetan las últimas palabras del que está sentado en el cielo, del que observa desde arriba si se aprecian o se desprecian?, ¿del que dijo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?, ¿del que reserva para el juicio lo que ve que sus miembros padecen?