De "El joven creyente" por Mons. Tihamér Tóth)
El mundo de hoy es tremendamente superficial. Muchos hombres pasan horas charlando sobre temas sin importancia, al mismo tiempo que emiten los juicios más despectivos, altaneros e irónicos respecto de las cuestiones más profundas de la vida.
Para ellos lo principal es tener mucho dinero para comer hasta hartarse, para divertirse de lo lindo y... ¡para de contar!: para ellos no hay nada más.
¡Cuántos hay de esta clase! De horizonte cerrado, no son capaces de ver nada más.
Entre los pájaros hay gorriones y águilas. ¿Qué necesita el gorrión? Le basta poderse tragar unos miserables gusanos, unos cuantos granos, algunas cerezas, y con esto, ¡cómo abulta el pecho!, ¡cómo se redondea!, !qué feliz! ¿Qué sabe el pobre gorrión de la vida de las águilas y de que éstas cifran en otras cosas su felicidad?
También entre los hombres los hay con corazón y estómago de gorrión. ¿Quienes son éstos? Los que, a pesar de toda su riqueza y bienestar, tienen el corazón vacío y el alma árida y estéril. Los que no saben lanzar una mirada a las perspectivas infinitas de la eternidad. Aquellos cuyas almas, llenas de goces terrenos, se mueren de hambre y se secan de terrible sed. Se marchitan y mueren porque volvieron la espalda al Sol.
Alguno me dirá que ¡no es para tanto!, que también tiene alma la persona que no se acuerda de Dios, lo mismo que la que vive su fe religiosa; pero !que diferencia va de una a la otra!
Fíjate, el carbón es carbono, y carbono es también el diamante; pero ¿no es cierto que estos dos carbonos son muy distintos?
El alma alejada de Dios es un carbón oscuro, negro, insensible a la luz; el alma en gracia, que vive la fe, por el contrario, es un diamante que brilla con luz cristalina, que absorbe con avidez el rayo luminoso de la divina gracia y lo refleja con una alegría radiante.