En la soledad: quédate con tu dolor

(De "La voz interior del amor" por Henri Nouwen)

Cuando experimentas el profundo dolor de la soledad, es comprensible que tus pensamientos se dirijan a la persona que pudo quitarte esa soledad, aunque fuera por un momento. Cuando, debajo de todas las alabanzas y ovaciones, sientes una enorme ausencia que hace que todo parezca inútil, tu corazón solo quiere una cosa: estar con la persona que alguna vez pudo disipar estas emociones amenazantes. Pero es la ausencia misma, el vacío que hay dentro de ti, lo que debes estar dispuesto a experimentar, y no a quien pudo arrancarte esa sensación temporalmente.

No es fácil quedarte con tu soledad. La tentación es o bien alimentar tu dolor, o bien refugiarse en fantasías sobre personas que te lo arrancarán. Pero, cuando puedes reconocer tu soledad en un lugar seguro y contenido, pones tu dolor a disposición de la sanación de Dios.

Dios no quiere tu soledad; quiere tocarte de manera de satisfacer en forma permanente tu necesidad mas profunda. Es importante que te atrevas a quedarte con tu dolor y a permitirle estar allí. Debes admitir tu soledad y confiar en que no siempre estará allí. El dolor que padeces ahora tiene por objeto ponerte en contacto con el sitio en que mas necesitas la sanación: tu corazón mismo. La persona que pudo tocar ese sitio se te ha revelado como tu perla de gran valor.

Es comprensible que todo lo que hiciste, lo que estas haciendo y lo que planeas hacer parezca no tener ningún sentido en comparación con esta perla. Esta perla es la sensación de ser plenamente amado.

Cuando experimentas una profunda soledad, estás dispuesto a abandonar todo a cambio de la sanación. Pero ningún ser humano puede sanar ese dolor. Sin embargo, te enviarán personas para transmitir la sanación de Dios, personas que podrán ofrecerte el profundo sentido de pertenencia que anhelas y que da sentido a todo lo que haces.

Atrévete a quedarte con tu dolor y confía en la promesa que Dios te ha hecho.

Vive pacientemente con el “no todavía”

Una parte de ti ha quedado atrás muy temprano en tu vida: la parte que nunca se sintió plenamente admitida. Esta llena de temores. Mientras tanto, te desarrollaste con muchas habilidades de supervivencia. Pero quieres que tu identidad sea una. Entonces, tienes que recuperar la parte que ha quedado atrás. Eso no es sencillo, pues te has transformado en una persona bastante formidable, y tu parte temerosa no sabe si puede vivir a salvo contigo. Tu parte madura tiene que volverse infantil (acogedora, amable y protectora) para que tu parte ansiosa pueda retornar y sentirse segura.

Te quejas de que es difícil para ti rezar, experimentar el amor de Jesús. Pero Jesús reside en tu parte temerosa, nunca totalmente admitida. Cuando proteges tu verdadera parte y descubres que es buena y hermosa, ves que Jesús está allí. Allí donde eres más humano, más tú mismo, más débil, allí reside Jesús. Recuperar tu parte temerosa es recuperar a Jesús.

Mientras tu parte vulnerable no se siente bienvenida por ti, se mantiene tan distante que no te puede mostrar su verdadera belleza y sabiduría. Así sobrevives sin vivir realmente.

Trata de mantener tu parte pequeña y temerosa cerca de ti. Esto será una dura lucha, pues tendrás que vivir un tiempo con el “no todavía”. Tu parte más profunda y autentica no ha sido aún recuperada; se asusta rápidamente.

Como tu parte intima no se siente a salvo contigo, sigue buscando a otros, especialmente a quienes te ofrecen algún consuelo real, aunque temporal. Pero, cuando te vuelvas más infantil, ya no sentirás la necesidad de vivir en otra parte. Comenzara a buscarte a ti como hogar.

Ten paciencia. Cuando te sientas solo, quédate con tu soledad. Evita la tentación de dejar escapar tu parte temerosa. Deja que te muestre su sabiduría; deja que te indique que puedes vivir en lugar de limitarte a sobrevivir. Gradualmente, te unificarás y descubrirás que Jesús vive en tu corazón y te ofrece todo lo que necesitas.