Viernes santo

(Del poeta y crítico literario español Jorge Guillén (1893-1984))
«Este cáliz apártalo de mí.
Pero si es necesario...»
Y el cáliz, de amargura necesaria,
fue llevado a la boca, fue bebido.
La boca, todo el cuerpo,
el alma del más puro
aceptaron el mal sin resistencia.
Y el mal era injusticia,
dolor
—un dolor infligido
con burla—
y sangre derramada.
Todo era necesario
para asumir aquella hombría atroz.
Era el Hijo del hombre.
Hijo con sus apuros, sus congojas,
porque el Padre está lejos o invisible,
y le deja ser hombre, criatura
de aflicción y de gozo,
de viernes y de sábado
sobre cuestas y cuestas.
¿Por qué le abandonaste si es tu Hijo?
Y los cielos se nublan,
la tierra se conmueve,
hay fragor indignado:
todo ve la injusticia. ¿Necesaria?
También sufren los justos que condenan
el mal
y rechazan su ayuda.
Pero el Hijo del hombre sí la quiere.
El es
quien debe allí, sobre la cuesta humana,
cargar con todo el peso de su hombría,
entre los malos, colaboradores,
frente a los justos que al horror se niegan.
Culminación de crisis,
a plenitud alzada.
Esta vida suprema exige muerte.
Ha de morir el Hijo.
Tiene que ser el hombre más humano.
También
los minutos serenos transcurrieron:
hubo días hermosos con parábolas.
Es viernes hoy con sangre:
sangre que a la verdad ya desemboca.
Y entonces...
Gemido clamoroso de final.
Un centurión ya entiende.
Lloran las tres Marías. Hombre sacro.
La Cruz.