Hoy, para rondar la puerta

(Del poeta español Lope de Vega (1562-1635))
Hoy, para rondar la puerta
de vuestro santo costado,
Señor, un alma ha llegado
de amores de un muerto muerta.

Asomad el corazón,
Cristo, a esa dulce ventana,
oiréis de mi voz humana
una divina canción.

Cuando de Egipto salí
y el mar del mundo pasé,
dulces versos os canté,
mil alabanzas os di.

Mas ahora que en Vos veo
la tierra de promisión,
deciros una canción,
que os enamore, deseo.

Muerto estáis, por eso os pido
el corazón descubierto:
para perdonar, despierto;
para castigar, dormido.

Si decís que está velando,
cuando Vos estáis durmiendo,
¿quién duda que estáis oyendo
a quien os canta llorando?

Y aunque él se duerma, Señor,
el amor vive despierto,
que no es el amor el muerto,
Vos sois el muerto de amor.

Que si la lanza, mi Dios,
el corazón pudo herir,
no pudo el amor morir,
que es tan vida como Vos.

Corazón, de mi esperanza
la puerta tenéis estrecha,
que a otros pintan con flecha
y a Vos os pintan con lanza.

Mas porque la lanza os cuadre,
un enamorado dijo
que, a no haber puerta en el Hijo,
¿por dónde se entrara el Padre?

Anduve de puerta en puerta,
cuando a vos no me atreví;
pero en ninguna pedí
que la hallase tan abierta.

Pues como abierto os he visto,
a Dios quise entrar por Vos,
que nadie se atreve a Dios
sin poner delante a Cristo.

Y aun Ese lleno de heridas,
porque sienta el Padre Eterno
que os cuestan, Cordero tierno,
tanta sangre nuestras vidas.

Vuestra Madre fue mi estrella,
que, siendo huerto cerrado,
a vuestro abierto costado
todos llegamos por Ella.

Ya con ansias del amor
que ese costado me muestra,
para ser estampa vuestra
quiero abrazaros, Señor.

La cabeza imaginé
defendieran las espinas,
y hallé mil flores divinas
con que el desmayo pasé.

Porque ya son mis amores
tan puros y ardientes rayos
que me han de matar desmayos,
si no me cubrís de flores.

Cuando a mi puerta salí
a veros, Esposo mío,
coronada de rocío
toda la cabeza os vi.

Mas hoy que a la vuestra llego,
con tanta sangre salís
que parece que decís:
"Socórreme, que me anego".

Ya voy a vuestros abrazos,
puesto que descalza estoy;
bañada en lágrimas voy;
desclavad, Jesús, los brazos.