Sabemos lo que le ocurrió a María,
la madre llena de ternura y de amor:
jamás sintió vergüenza de proclamar a Jesús su hijo.
Todos llegaron a abandonarlo.
María permaneció a su lado.
María no se sintió humillada de que Jesús fuera azotado,
de que le escupieran en la cara,
de que fuera tratado como un leproso,
un indeseado, despreciado, odiado por todos.
Porque él era Jesús, su hijo.
Y allí afloraba la profunda ternura de su corazón de madre.
¿Sabemos nosotras permanecer junto a los nuestros en
sus sufrimientos, en sus humillaciones?