Dios amó tanto al mundo que le dio a su Hijo.
Esa fue la primera eucaristía:
el don de su Hijo,
cuando lo entregó a nuestra Señora,
estableciendo en ella el primer altar.
María fue, a partir de tal instante,
la única que pudo afirmar con total sinceridad:
Este es mi cuerpo.
Ella ofreció su cuerpo, sus fuerzas, todo su ser
para formar el cuerpo de Cristo.