En la vida espiritual cuanto más se corre menos se siente el cansancio;
más bien será la paz, preludio del gozo eterno,
la que se posesionará de nosotros y seremos felices y fuertes
en la medida que, manteniéndonos en este esfuerzo
y mortificándonos a nosotros mismos,
hagamos que Cristo viva en nosotros.