Marcos 6,7-13: Los fue enviando de dos en dos


En aquel tiempo llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.

Y añadió:
-Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio.
Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.

REFLEXIÓN (de "Homilías dominicales - Ciclo B" por Jesús Burgaleta):

Ministerio profético de la Iglesia

Todos nosotros, como miembros de la Iglesia, tenemos una misión profética que cumplir. El Concilio Vaticano II nos lo recuerda: «El pueblo Santo de Dios participa también del don profético de Cristo, difundiendo su vivo testimonio, sobre todo por la vida de fe y de caridad» («Lumen Gentium», núm. 12).

La misión que Cristo da a los Doce, no es exclusiva de ellos. Todos los miembros de la Iglesia apostólica, somos enviados al mundo como profetas del evangelio de la Salvación de Dios.

Esta misión profética, en el mundo, está claramente definida: anunciar el poder de la salvación contra el poder del pecado. «Les dio autoridad sobre los espíritus inmundos..., salieron a predicar la conversión, echaron muchos demonios..., curaban enfermos» (Mc 6,7.13). El profeta, o la comunidad profética, continuamos la lucha declarada por Jesús a este mundo injusto. Herir de muerte a toda esta situación colectiva de pecado, ganar terreno al dominio de lo que simbólicamente llamamos diablo, como fuerza activa que alimenta el mal universal, es tarea del profeta. Interpretar hoy la acción de Dios en el mundo, no se puede hacer descubriéndola. Los que están trabajando en la cantera de la salvación, los que curan de la enfermedad al pueblo, los que remueven desde la raíz el sistema injusto de este mundo en pecado, dan testimonio profético.

Cualidades fundamentales

En este ministerio profético, realizado como creyentes individuales o en comunidad, hemos de estar sobre aviso, para no hipotecar nunca tres cualidades fundamentales:

a) No estar vendido ni a nada ni a nadie, sino al Espíritu de Dios

Lo que más nos ata a todos es el pan o el dinero. Tenemos una ligera sospecha, no experimentada aún, porque no hemos dado testimonio, de que el día que lo hiciéramos se nos diría: «Vidente, vete y refugiate en otra tierra; come allí tu pan y profetiza allí» (Am 7,12). Cuando profetizamos en el ámbito en el que ganamos el pan, lo perdemos; surge el expediente. ¿Por qué al profeta tendrán que considerarlo todos como revoltoso?

Nos tienen atados el dinero, el miedo a la pérdida del trabajo, el tener que quedarnos en la calle, el truncar una carrera brillante y prometedora para nuestro ambición de poder y de dominio. Un profeta así, agarrotado por el poder del mal, no puede cumplir la misión profética. A no ser que se convierta, como muchos contemporáneos de Amos, en un falso profeta, pagado a sueldo: profetas que no dicen la Palabra de Dios, sino lo que quiere su amo.

Pero el profeta, sin estar vendido a nadie, ha de estar en comunión con aquellos a quienes Dios encargó el ministerio pastoral de la comunidad. En el difícil problema de distinguir al verdadero del falso profeta, la comunidad no está sola. Tiene a los Pastores que, atentos al Espíritu de Dios, denuncian la falsificación y afianzan en la verdad. Así como los Pastores deben obedecer al verdadero Espíritu, así los profetas y el pueblo tienen que acatar el veredicto definitivo de los que están constituidos como servidores y Pastores del Pueblo de Dios.

b) No tomar la misión profética como una profesión

Cuando a Amos le quieren tomar como un profesional de la profecía se defiende rápidamente: «No soy profeta ni hijo de profeta» (Am 7,14). Ser profeta no es ni una función profesional, ni se hereda. No se puede dar testimonio de la Palabra de Dios por una obligación impuesta desde fuera, ni por una forma de vida heredada. Hay quienes se sienten en la obligación de hacer lo que se llama «apostolado» y dedican un tiempo a ello.

Amos no es profeta de profesión. Es «pastor y cultivador de higos» y fue Dios quien «le sacó de junto al rebaño» (Am 7,14). Es un ganadero y un agricultor. No es profeta profesional. Pero da testimonio de la Palabra de Dios en su vida. No hay que ponerse en «trance profético» para dar testimonio, ni tomar apariencias de estar haciendo apostolado. La misión profética se desarrolla en el estilo de la vida. Dios nos ha elegido de entre nuestros trabajos y ambientes para que allí «expulsemos a los espíritus inmundos y curemos la enfermedad».

No podemos ser profesionales de la profecía, porque es un don gratuito y, a veces, pasajero. El no ser profesional, no quiere decir que el Espíritu profético no pida a algunos el abandono de todo otro trabajo, y sean como unos «liberados» para cumplir la misión encomendada, como en el caso de Juan Bautista y otros del Antiguo Testamento, así como el mismo Jesucristo.

c) No instalarse nunca

El profeta tiene un espíritu de desinstalación. Tanto para quedarse con quien lo recibe, con una libertad admirable: «quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio» (Mc 6,10), como para marcharse cuando lo expulsen: «si en un lugar no os reciben, al marchaos sacudios el polvo de los pies, para probar su culpa».

El profeta libera porque él mismo está en un proceso de liberación. Anda suelto de esclavitudes: «no llevéis ni pan, ni alforja, ni dinero en la faja, ni túnica de repuesto». Id ligeros.

¿Estamos nosotros en actitud de cumplir la misión profética que nos corresponde como creyentes en el evangelio y miembros de la Iglesia?

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