Dios mío, tú que me escrutas y me conoces; sabes cuándo me siento y cuándo me levanto;
mis pensamientos calas desde lejos, observas si voy de viaje o si me acuesto,
familiares te son todas mis sendas.
No está aún en mi lengua la palabra, y ya tú, Dios mío, la conoces entera.
Me aprietas por detrás y por delante, y tienes puesta sobre mí tu mano.
¿A dónde iré lejos de tu Espíritu, a dónde de tu rostro podré huir?
Si hasta los cielos subo, allí estás tú, si en el sheol me acuesto, allí te encuentro.
Si tomo las alas de la aurora, si voy a parar a lo último del mar,
también allí tu mano me conduce, tu diestra me aprehende.
Aunque diga: "me cubra al menos la tiniebla, y noche sea la luz en torno a mí"
la misma tiniebla no es tenebrosa para ti, y la noche es luminosa como el día.
Porque tú mis riñones has formado, me has tejido en el vientre de mi madre;
te doy gracias por tan grandes maravillas; prodigio soy, prodigios son tus obras...
Mi alma conocías cabalmente, y mis huesos no se te ocultaban,
cuando yo era hecho en lo secreto, tejido en las honduras de la tierra.
Mis acciones tus ojos las veían, todas ellas estaban en tu libro,
escritos mis días, señalados, sin que ninguno de ellos existiera.
¡Cuán insondables, oh Dios, tus pensamientos, que incontable su suma!
¡Son más, si los recuento, que la arena!
y al terminar ¡todavía me quedas tú!
y al terminar ¡todavía me quedas tú!