Oda a Nuestra Señora

(Del religioso y poeta español Fray Luis de León (1527-1591))
Virgen, que el sol más pura, 
gloria de los mortales, luz del cielo, 
en quien la piedad es cual la alteza: 
los ojos vuelve al suelo 
y mira un miserable en cárcel dura, 
cercado de tinieblas y tristeza. 
Y si mayor bajeza 
no conoce, ni igual, juicio humano, 
que el estado en que estoy por culpa ajena, 
con poderosa mano 
quiebra, Reina del cielo, esta cadena. 

Virgen, en cuyo seno 
halló la deidad digno reposo, 
do fue el rigor en dulce amor trocado: 
si blando al riguroso 
volviste, bien podrás volver sereno 
un corazón de nubes rodeado. 
Descubre el deseado 
rostro, que admira el cielo, el suelo adora: 
las nubes huirán, lucirá el día; 
tu luz, alta Señora, 
venza esta ciega y triste noche mía. 

Virgen y madre junto, 
de tu Hacedor dichosa engendradora, 
a cuyos pechos floreció la vida: 
mira cómo empeora 
y crece mí dolor más cada punto; 
el odio cunde, la amistad se olvida; 
si no es de ti valida 
la justicia y verdad, que tú engendraste, 
¿adónde hallará seguro amparo? 
Y pues madre eres, baste 
para contigo el ver mi desamparo. 

Virgen, del sol vestida, 
de luces eternales coronada, 
que huellas con divinos pies la Luna; 
envidia emponzoñada, 
engaño agudo, lengua fementida, 
odio crüel, poder sin ley ninguna, 
me hacen guerra a una; 
pues, contra un tal ejército maldito, 
¿cuál pobre y desarmado será parte, 
si tu nombre bendito, 
María, no se muestra por mi parte? 

Virgen, por quien vencida 
llora su perdición la sierpe fiera, 
su daño eterno, su burlado intento; 
miran de la ribera 
seguras muchas gentes mi caída, 
el agua violenta, el flaco aliento: 
los unos con contento, 
los otros con espanto; el más piadoso 
con lástima la inútil voz fatiga; 
yo, puesto en ti el lloroso 
rostro, cortando voy onda enemiga. 

Virgen, del Padre Esposa, 
dulce Madre del Hijo, templo santo 
del inmortal Amor, del hombre escudo: 
no veo sino espanto; 
si miro la morada, es peligrosa; 
si la salida, incierta; el favor mudo, 
el enemigo crudo, 
desnuda, la verdad, muy proveída 
de armas y valedores la mentira. 
La miserable vida, 
sólo cuando me vuelvo a ti, respira. 

Virgen, que al alto ruego 
no más humilde sí diste que honesto, 
en quien los cielos contemplar desean; 
como terrero puesto— 
los brazos presos, de los ojos ciego— 
a cien flechas estoy que me rodean, 
que en herirme se emplean; 
siento el dolor, mas no veo la mano; 
ni me es dado el huir ni el escudarme. 
Quiera tu soberano 
Hijo, Madre de amor, por ti librarme. 

Virgen, lucero amado, 
en mar tempestuoso clara guía, 
a cuvo santo rayo calla el viento; 
mil olas a porfía 
hunden en el abismo un desarmado 
leño de vela y remo, que sin tiento 
el húmedo elemento 
corre; la noche carga, el aire truena; 
ya por el cielo va, ya el suelo toca; 
gime la rota antena; 
socorre, antes que emviste en dura roca. 

Virgen, no enficionada 
de la común mancilla y mal primero, 
que al humano linaje contamina; 
bien sabes que en ti espero 
dende mi tierna edad; y, si malvada 
fuerza que me venció ha hecho indina 
de tu guarda divina 
mi vida pecadora, tu clemencia 
tanto mostrará más su bien crecido, 
cuanto es más la dolencia, 
y yo merezco menos ser valido. 

Virgen, el dolor fiero 
añuda ya la lengua, y no consiente 
que publique la voz cuanto desea; 
mas oye tú al doliente 
ánimo, que contino a ti vocea.