Juan 3,14-21: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único


En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo:
-Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vicia eterna.
Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
Esta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas.
Pues todo el que obra perversamente detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.
En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.

REFLEXIÓN (de "Enséname tus caminos - Domingos ciclo B" por José Aldazábal):

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único

Esta frase de Jesús, que se puede considerar como centro y resumen no sólo del evangelio de Juan, sino de todo el mensaje del NT, nos da la clave para superar nuestra conciencia de pecado: "tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna".

El amor que Dios nos tiene es previo a todos nuestros méritos y superior a todos nuestros deméritos. Ya en el AT se manifestó este amor, incluso si tuvo que castigar y corregir a su pueblo, cuando le sacó de la esclavitud de Egipto y más tarde le hizo volver de la cautividad. En la primera lectura hemos escuchado cómo Dios movió el corazón del rey Ciro, que permitió a los israelitas volver a Jerusalén para reedificar su nación y su Templo. Dios superaba, una vez más, con su amor y su perdón, la realidad del pecado.

Pero, sobre todo es en el NT cuando experimentamos este amor de una manera más profunda. Pablo nos dice que "Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo".

Este amor de Dios es totalmente gratuito, no lo habíamos merecido: "por pura gracia estáis salvados", "así muestra en todos los tiempos la inmensa riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús", "no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios".

Mirar a Cristo en la cruz

No sabemos bien qué sentido pudo tener el misterioso episodio de la serpiente de bronce que Moisés fabricó y levantó como un estandarte en el desierto, por indicación de Dios, y que sirvió precisamente para curar las picaduras de las serpientes venenosas que les atacaron en el desierto. En el libro de la Sabiduría se nos da la clave para entenderlo mejor. No valora la serpiente en sí misma, como si fuera un objeto mágico, sino como recordatorio de la bondad de Dios, cuando el pueblo le mira: "el que a ella se volvía, se salvaba, no por lo que contemplaba, sino por ti, Salvador de todos" (Sb 16,6-7).

Pero lo que sí sabemos, porque es el mismo Jesús quien lo explica a Nicodemo, es que él, Jesús, "elevado" como la serpiente en el estandarte de la cruz, será el punto de referencia para todos los que se quieran salvar. Más adelante, en el mismo evangelio de Juan, Jesús les dice a sus oyentes: "cuando levantéis al Hijo del Hombre, sabréis que yo soy" (8, 28).

El que cree en él "no será juzgado" y se salvará: tendrá vida. Mientras que el que no quiera creer, él mismo se juzga y se aleja de la salvación. Ese es el sentido de la Pascua: "para que todo el que cree en él tenga vida eterna".

Es lo que los cristianos nos disponemos a celebrar en los próximos días: "miraremos" a Cristo en la cruz con creciente intensidad y emoción, con fe, y aprenderemos la gran lección que nos da desde la paradójica "cátedra" de la cruz.

En Cuaresma somos invitados a confiar en la misericordia de Dios y a reconciliarnos con él. Como a Israel, se nos presenta el camino para volver del pecado a la Alianza y reedificar los valores que habíamos perdido. Cada uno sabrá qué tiene que reedificar en su vida, de qué pecados tiene que convertirse, qué valores tiene que recuperar.

Dejarnos iluminar por la luz pascual

Los temas de las lecturas de hoy nos conectan espontáneamente, por una parte, con el sacramento de la Reconciliación, por nuestra condición de pecadores y nuestra voluntad de conversión al amor de Dios. Por otra, con la Eucaristía, el sacramento en que participamos de esa Nueva Alianza que Jesús selló en la cruz.

Pero también apuntamos ya a la celebración de la Vigilia Pascual, con su expresivo simbolismo de la luz, que se puede decir que es preparado por el evangelio de hoy: "el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios", mientras que los que no creen "prefieren las tinieblas a la luz". Cristo es la Luz y el que le sigue no anda en tinieblas.

La progresiva iluminación de la Vigilia Pascual a partir del Cirio y la presencia de este símbolos a lo largo de toda la Cincuentena, es un modo muy expresivo de significar la nueva vida de Cristo, comunicada esa noche a los cristianos.

Eso nos invitará a ser en verdad "hijos de la luz" en nuestra vida. Un cristiano es el que no sólo está bautizado (y ya en la celebración del Bautismo juega un papel importante el simbolismo de la luz), sino que intenta vivir conforme al Resucitado, obrando las obras de la luz: el amor, la fraternidad, la verdad, la lucha contra la injusticia. Porque, como nos dice Pablo, "Dios nos ha creado en Cristo Jesús para que nos dediquemos a las buenas obras, que él nos asignó para que las practicásemos".

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