(De "Eternizar la vida" por Louis Evely)
En nuestra vida cotidiana, también se presentan experiencias del más allá, ráfagas de eternidad, experiencias de vida espiritual que nos hacen comprender la realidad de esta vida fuera del tiempo, al margen de la vida biológica.
Primera experiencia: el arte
El arte es la expresión de nuestra nostalgia de un mundo diferente, de un universo más expresivo, más vivo, más elocuente, más significativo, más rico y más espiritualizado que el nuestro. En esto consiste la obra de arte. El arte nos introduce en el mundo de la gratuidad, en el que no se trata de adquisición, de posesión, de avidez. Sólo necesito contemplar la obra de arte, sumirme en ella, fundirme con ella. En la contemplación de la obra me olvido de mí mismo, hago una experiencia de muerte y resurrección (y lo mismo sucede con la música). Muero a mis preocupaciones cotidianas, a mis ambiciones, a mis pretensiones, y solamente me absorbe el asombro que el artista me proporciona. Y todo ello sin envidia; me basta con que esté. Muero a mí mismo y resucito a una vida distinta. Estoy a la vez en el tiempo y fuera de él. Ya no me preocupo ni del pasado ni del futuro. Vivo el éxtasis del instante. Podría durar por siempre si mi vida biológica no se acordara de mí. Pero entonces siento cansancio y rápidamente pierdo la intensidad de la atención.
Segunda experiencia: la oración
¿Qué es orar? Es cambiar de nivel vital; es entrar en un mundo diferente. Llevo conmigo mis tristezas, mis frustraciones, mis iras, mis ambiciones... y me introduzco en el mundo de Dios. Poco a poco, me abro a un mundo de alegría, de aceptación, de unificación, de total adhesión. Es una unión intensa con la fuente misma de mi existencia para sentirla manar como nunca en mí. Orar es morir y resucitar. Morimos a nuestra propia voluntad y despertamos a otra voluntad infinitamente más pacificadora y poderosa que la nuestra. Morimos a toda una parte de nosotros mismos que está demasiado inquieta, demasiado activa, demasiado presente, y despertamos a esa otra parte que generalmente tenemos adormecida cuando no embotada. Pero esta parte puede resucitar continuamente, mucho más viva que la que en definitiva creíamos vivir.
Tercera experiencia: el amor
Creo que todo el mundo ha podido tener la experiencia, o al menos el presentimiento, de qué es el amor, esta tercera ventana abierta al infinito. ¿Qué es el amor? Es encontrar una infinita satisfacción en alguien. Es perderse para reencontrarse enajenadamente en otro que nos ama y encontrar en él la plenitud de la alegría. Yo nunca habría descubierto mi humanidad si no me la hubieran revelado los seres que me han amado. En el amor no hay ni cálculo ni posesión. ¡Qué maravilla que exista y que me colme! El amor permite mirar cara a cara a la muerte, pues, cuando amamos profundamente, sabemos que hemos alcanzado un valor que la muerte no puede destruir. Hemos salido de nosotros mismos y hemos encontrado una realidad superior a la que podemos entregar nuestras vidas... y que es capaz de hacernos vivir por siempre.
La última experiencia
Pero, si no hemos podido beneficiarnos de ninguna de estas tres experiencias, la vida aún nos ofrece una cuarta oportunidad para que nos abramos a la trascendencia: la propia muerte.
A quienes no han descubierto las otras ventanas al más allá, a quienes no han orado, a quienes no han conocido el amor, a quienes no han sido sensibles a la belleza, se les ofrece una última oportunidad de abrirse al infinito.
En su momento, escucharán este mensaje: «¿No puedes renunciar a tus pobres posesiones; no puedes abrir las manos, abandonar lo que constituía tu triste vida, para confiar en otro valor y ponerte en otras manos? ¿No quieres aceptar traspasar un nuevo umbral confiando en el futuro? En el transcurso de tu vida, con mucha frecuencia has tenido que confiar. En tu nacimiento, recibiste una vida de la que ignorabas todo. Cuando elegiste tu profesión, tuviste que confiar en un camino que te era desconocido. Cuando elegiste a tu mujer, a tu marido, tuviste que confiar en alguien a quien no conocías completamente. Y cuando trajiste un hijo al mundo, tuviste que confiar en las capacidades que en ti existían para criarle y en él para crecer. Y ahora, ante la muerte, ¿te negarás a entregarte? ¿Será la primera vez que no confíes?»
Ante la muerte, debemos dejarnos llevar, como en la oración, como ante el amor, como ante la belleza.
Si supiéramos amar, orar y asombrarnos, sabríamos morir.