Salmo de la Transfiguración

(Del poeta y escritor español Gerardo Diego (1896-1987))
Transfigúrame.
Señor, transfigúrame.
Traspáseme tu rayo rosa y blanco.
Quiero ser tu vidriera,
tu alta vidriera azul, morada y amarilla
en tu más alta catedral.

Quiero ser mi figura, sí, mi historia,
pero de Ti en tu gloria traspasado.
Quiero poder mirarte sin cegarme,
convertirme en tu luz, tu fuego altísimo
que arde de Ti y no quema ni consume.

¡Oh mi Jesús alzado sobre el trío
—Pedro, Juan y Santiago—
que cerraban sus ojos incapaces
de sostener tu Luz, tu Luz!
Y no cerrar mis párpados
como ellos los cerraban
con tu llaga de luz sustituyéndote
en inconsútil túnica incesante,
y dentro Tú manando faz de Dios.

No, déjame mirarte, contemplarte
a través de mi carne y mi figura,
de historia de mi vida y de mi sueño,
inédito capítulo en tu biblia,
vidriera que en colores me fraccionas
para unirme después en tu luz blanca
al otro lado de tu barlovento.
Si he de transfigurarme hasta tu esencia,
menester fue primero ser ese ser con límites,
hecho vicisitud, camino de figura,
pues sólo la figura
puede transfigurarse.

Toma mis rombos, lava mis losanges,
mis curvas de pecado
justifícamelas, compensa y recompensa
mis áreas caprichosas de colores de furia,
mi cristal emplomado y tan frágil,
émulo de tus Angeles traslúcidos,
mi fábula de niño, tu parábola
que esperaba de siempre tu visita de sol.
Pues figura me hiciste y me parezco
a mí mismo en mi vitral naturaleza,
¡oh mi Hermano en María!, transfigúrame.

Pero a mí solo no. Como a los tuyos,
como a Moisés, fuego blanco de zarza;
como a Elias, carro de ardiente aluminio;
cada uno en su tienda, a ti acampados;
purifícame también a todos,
los hijos de tu Padre
que te rezan contigo o te rezaron,
o acaso ni una madre tuvieron
que les guiara a balbucir el Padrenuestro.
Purifícame a todos, a todos transfigúralos.

Figúralos primero si aún no alcanzan
ese grado en contornos
y tonos apagados de tapices.
Figúralos, Cristo Jesús; aún no son ellos
y por ser ellos claman, pían,
huérfanos pajarillos.
Y luego, ya trazados, ya cumplidos
en su tránsito, pávidos de hombres,
hiérelos, acribíllalos,
hazlos flecos de Ti, rayos no ajenos,
ellos siempre aunque en Ti glorificados.

Miro en torno de mí;
no, debajo de mí, en las galerías,
los gusanos de luz, casco y piqueta
que afloran luego al aire puro;
mas, ya de noche, negros de carbones.
Hazlos diamantes Tú, como a esos astros.

Si acaso no te saben, o te dudan,
o te blasfeman, limpíales piadoso,
como a Ti la Verónica, su frente,
descórreles las densas cataratas de sus ojos,
que te vean, Señor, y te conozcan;
espéjate en su río subterráneo,
dibújate en su alma
sin quitarles la santa libertad
de ser uno por uno tan suyos, tan distintos.

Mira, Jesús, la adúltera, no aquella
de tus palabras con el dedo en tierra;
ésta de hoy aún es más desdichada
y no piedras le arrojan, sino aplausos y flores,
y la niega el esposo y vive de ella.
Hazla también mirarse en aguas vivas
y cumplirse en sí misma,
de su virtualidad ascender a virtud,
realidad de figura bañada en paz de gracia,
dispuesta a un recrear transverberado.

Y al violento homicida,
y al mal ladrón, y al rebelde soberbio,
y a la horrenda—¡piedad!—madre desnaturada,
y al teólogo necio que pretende
apresarte en su malla farisea,
y al avaro de oídos tupidos y tapiados,
y al sacrificador de rebaños humanos.

Y, sobre todo, no abandones
al más abyecto, al repugnante
—perdón ahora para mí, no puedo
remediarlo, pero por él te pido—,
al desagradecido.
Nada me imprime más horror, Dios mío.
Sálvale Tú, despiértale
la confianza, alegría incomparable
de llorar recordando el beneficio
del amigo en que Tú, sí, te escondías.
Allégatele bien, que sienta
su corazón cobarde contra el tuyo,
coincidentes los dos en sólo un ritmo,
un ritmo y del envés ya a flor de flor,
su figura, su rostro limpidísimo.

Que todos puedan en la misma nube,
vestidura de Ti, tan sutilísima
fimbria de luz, despojarse y revestirse
de su figura vieja y en Ti transfigurada.
Y a mí con ellos todos, te lo pido,
la frente prosternada hasta hundirla en el polvo;
a mí también, el último, Señor,
preserva mi figura, transfigúrame.