(De "El Secreto Admirable del Santísimo Rosario" por San Luis María Grignon de Monfort)
Jesucristo, el divino esposo de nuestras almas, nuestro dulcísimo amigo, desea que recordemos sus beneficios y los estimemos sobre todas las cosas.
Tiene gloria accidental, como también la Santísima Virgen y todos los santos del cielo, cuando meditamos con afectuosa devoción los misterios sagrados del Rosario, que son los más visibles efectos de su amor a nosotros y los más ricos presentes que pudo hacernos, pues por ellos gozan de la gloria la Santísima Virgen y todos los santos.
La Beata Ángela de Foligno pidió un día a Nuestro Señor que le indicara con qué ejercicio podía honrarle más. Y apareciéndosele en la Cruz, le dijo: "Hija mía, contempla mis llagas".
Aprendió de este amable Salvador que nada le es más agradable que la meditación de sus sufrimientos. Después le descubrió las heridas de su cabeza y varias circunstancias de sus tormentos y le dijo: "He sufrido todo esto por tu salvación, ¿qué podrías hacer que iguale mi amor por ti?"
El Santo Sacrificio de la Misa honra infinitamente a la Santísima Trinidad, porque representa la pasión de Jesucristo y por medio de ella ofrecemos los méritos de su obediencia, de sus sufrimientos y de su sangre.
Toda la corte celestial recibe con la Santa Misa gloria accidental, y varios doctores, con Santo Tomás, nos dicen, por la misma razón, que el cielo se alegra de la Comunión de los fieles, porque el Santísimo Sacramento es un memorial de la pasión y muerte de Jesucristo, y por él participan los hombres de estos frutos y adelantan en el negocio de su salvación.
Ahora bien, el Rosario -rezado con la meditación de los misterios sagrados- es un sacrificio de alabanzas a Dios por el beneficio de nuestra Redención y un devoto recuerdo de los sufrimientos, muerte y gloria de Jesucristo.
Es, pues, cierto que el Rosario causa gloria, alegría accidental a Jesucristo, a la Santísima Virgen y a todos los bienaventurados, porque no desean más, para nuestra dicha eterna que vernos ocupados en un ejercicio tan glorioso para nuestro Salvador y tan saludable para nosotros.
Nos asegura el Evangelio que un pecador que se convierte y hace penitencia causa alegría a todos los ángeles. Si es suficiente para alegrar a los ángeles que un pecador deje sus pecados y haga penitencia, ¿qué alegría, qué júbilo será para toda la corte celestial, qué gloria para el mismo Jesucristo, vernos en la tierra meditar devotamente y con amor sus abatimientos, sus tormentos y su muerte cruel e ignominiosa? ¿Hay nada más eficaz para tocarnos y llevarnos a sincera penitencia?
El cristiano que no medita los misterios del Rosario demuestra gran ingratitud hacia Jesucristo y la poca estima que hace de cuanto el divino Salvador ha sufrido por la salvación del mundo.
Su conducta parece decir que desconoce la vida de Jesucristo, que pone poco cuidado en aprender lo que ha hecho, lo que ha sufrido para salvarnos.
Este cristiano puede temer que, no habiendo conocido a Jesucristo, o habiéndole olvidado, lo rechace el día del juicio con este reproche: "En verdad te digo que no te conozco".
Meditemos, pues, la vida y sufrimientos del Salvador durante el Santo Rosario, aprendamos a conocerle y reconocer sus beneficios para que Él nos reconozca como hijos y amigos suyos en el día del juicio.