Actitud requerida a quien escucha la Palabra

(Del documento "Instrumentum laboris - La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia" del Sínodo de los Obispos del 11 de mayo de 2008)

Una palabra eficaz

Los sujetos del evento de la Palabra son Dios, que la anuncia, y el destinatario, persona individual o comunidad. Dios habla, pero sin la escucha del creyente la Palabra se muestra dicha, pero no recibida.

Por ello se puede decir que la revelación bíblica es el encuentro entre Dios y el pueblo en la experiencia de la única Palabra y que entre ambos hacen la Palabra. La fe obra, la Palabra crea.

El texto de Hb 4,12-13, junto con el de Is 55,9-11 y tantos otros textos, afirma la inefable eficacia de la Palabra de Dios. ¿Cómo entender tal eficacia?

La pregunta se hace aún más necesaria por un hecho propuesto por diversas contribuciones de los Obispos, según el cual algunos cristianos neófitos dan a la lectura del Libro Sagrado un valor casi mágico, sin un personal y específico empeño de responsabilidad.

En realidad, la Palabra de Dios despliega su eficacia, como afirma el sembrador, cuando se quitan los obstáculos y se ponen las condiciones para que la semilla de la Palabra dé frutos.

En cuanto al tipo de eficacia propio de la Palabra de Dios, es iluminador otro texto evangélico, que utiliza la imagen de la semilla que debe morir para dar fruto: Cristo habla de la necesidad de su muerte para cumplir el plan de salvación. La cruz es directamente potencia y sabiduría de Dios; el evangelio es la «predicación de la cruz», escribe S. Pablo a los cristianos de Corinto (1 Cor 1,18).

La eficacia de la Palabra es, por lo tanto, del orden de la cruz. Palabra y cruz son dos realidades que se colocan en el mismo nivel. En ellas toda la potencia está en el dinamismo del amor divino que las atraviesa: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito» (Jn 3,16).

Encuentra el fruto de la Palabra quien cree en el amor de Dios que la pronuncia. Entonces la potencialidad de la Palabra de Dios se hace concreta, se realiza, se hace verdaderamente personal.

El creyente: aquel que escucha la Palabra de Dios en la fe

«Cuando Dios se revela, el hombre tiene que someterse con la fe». A Él, que hablando se dona, el hombre escuchándolo «se entrega entera y libremente» (Dei Verbum 5). El hombre que, también en virtud de la íntima estructura de la persona es oyente de la Palabra, recibe de Dios la gracia de responder en la fe.

Ello implica, de parte de la comunidad y de cada creyente, una actitud de plena adhesión a una propuesta de total comunión con Dios y de entrega a su voluntad. Esta actitud de fe comunional se manifestará en cada encuentro con la Palabra de Dios, en la predicación viva y en la lectura de la Biblia.

No es casual que la Dei Verbum aplique al Libro Sagrado cuanto afirma globalmente de la Palabra de Dios: «Dios invisible, movido por amor, habla a los hombres como a amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía» (DV 2). «En los Libros sagrados, el Padre, que está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos» (DV 21). La Revelación es comunión de amor, que la Escritura frecuentemente expresa con el término alianza. En síntesis, se trata de una actitud de oración: «diálogo de Dios con el hombre, pues “a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras”» (DV 25).

La Palabra de Dios transforma la vida de aquellos que se acercan a ella con fe. La Palabra no se extingue nunca, es nueva cada día. Mas para que esto suceda es necesaria una fe que escucha. La Escritura atestigua en varias ocasiones que la escucha es lo que hace de Israel el pueblo de Dios: «Si de veras me obedecéis y guardáis mi alianza, seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos» (Ex 19,5).

La escucha crea una pertenencia, un vínculo, hace entrar en la alianza. En el Nuevo Testamento la escucha es directa con respecto a la persona de Jesús, el Hijo de Dios: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle» (Mt 17,5).

El creyente es uno que escucha. El que escucha confiesa la presencia de aquel que habla y desea comprometerse con él; quien escucha busca en sí mismo un espacio para que el otro pueda habitar en él; aquel que escucha se abre con confianza al otro que habla. Por ello los evangelios piden el discernimiento de aquello que se escucha y llaman la atención sobre cómo se escucha; en efecto: ¡nosotros somos aquello che escuchamos!

La figura antropológica que la Biblia desea construir es aquella del hombre capaz de escuchar, dotado de un corazón que escucha. Siendo esta escucha no una mera audición de frases bíblicas sino un discernimiento pneumático de la Palabra de Dios, esto exige la fe y debe acontecer en el Espíritu Santo.