¡Oh, cuán dulce y gustoso se me hizo repentinamente el carecer de unos deleites
que no eran más que simplezas y vanidades!
Pues si antes me daba susto el perderlas, después me daba gusto el dejarlas.
Porque Vos, Señor, que sois la verdadera y suma delicia, las echabais fuera de mi alma;
y no solamente las echabais fuera, sino que en su lugar entrabais Vos,
que sois dulzura soberana y superior a todos los deleites,
aunque imperceptible por los sentidos de la carne y de la sangre;
entrabais Vos, que sois más claro, hermoso y transparente que toda luz,
aunque más escondido y secreto que todo cuanto hay secreto y escondido;
entrabais Vos, que sois más excelso, sublime y elevado que todos los honores,
aunque no para aquéllos que se tienen por grandes en sí mismos.