Debía, pues, ser anunciado el unigénito Hijo de Dios en todos sus detalles:
en que había de venir a los hombres y asumir lo humano,
y, por lo asumido, ser hombre, morir y resucitar, subir al cielo,
sentarse a la derecha del Padre y cumplir entre las gentes lo que prometió.
Y, después del cumplimiento de sus promesas,
también cumpliría su anuncio de una segunda venida,
para pedir cuentas de sus dones, discernir los vasos de ira de los de misericordia,
y dar a los impíos las penas con que amenazó,
y a los justos los premios que ofreció.