como el navegante entra en la tranquila bahía del puerto.
Escapados de la tempestad del mundo,
nos refugiamos en la paz de la vida inmortal.
Volvemos a Dios como el niño lloroso se recuesta contra el seno de su madre
que lo acaricia y enjuga sus lágrimas.
Del llanto de este mundo los justos entran en la gloria,
donde Dios enjugará toda lágrima.