(De la Audiencia General del Papa Juan Pablo II en mayo del 2002)
Hoy, día primero de mayo, se celebra la fiesta del trabajo. Para nosotros, los cristianos, está puesta bajo la protección de san José obrero. Esta relevante celebración se pone de relieve con diversas iniciativas encaminadas a subrayar la importancia y el valor del trabajo, a través del cual el hombre, al transformar la naturaleza y adaptarla a sus necesidades, se realiza a sí mismo en cuanto hombre.
La invitación a someter la tierra, hecha por Dios al inicio de la historia de la salvación, reviste al respecto un interés decisivo, y siempre actual. La creación es don de Dios encomendado a la criatura humana para que, cultivándola y conservándola con esmero, pueda proveer a sus necesidades. Fruto del trabajo es el "pan de cada día" que pedimos en la oración del Padre nuestro.
En cierto sentido, se podría decir que mediante el trabajo el hombre se hace más hombre. Precisamente por eso, la laboriosidad es una virtud. Pero para que la laboriosidad permita efectivamente al hombre hacerse más hombre es preciso que vaya siempre unida al orden social del trabajo. Sólo de esta manera se salvaguardan la dignidad inalienable de la persona y el valor humano y social de la actividad laboral. Encomendemos a la vigilante protección de san José obrero a todos los que, en cualquier parte del mundo, forman parte de la gran familia del trabajo.
Hoy comienza el mes dedicado a la Virgen, tan querido para la piedad popular. Muchas parroquias y familias, siguiendo tradiciones religiosas ya consolidadas, viven el mes de mayo como un mes "mariano", caracterizado por múltiples y fervorosas iniciativas litúrgicas, catequéticas y pastorales.
Ojalá que sea por doquier un mes de intensa oración con María. Este es el deseo que de corazón formulo para cada uno de vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, a la vez que os recomiendo una vez más el rezo diario del santo rosario. Se trata de una oración sencilla, aparentemente repetitiva, pero sumamente útil para penetrar en los misterios de Cristo y de su Madre, que es también Madre nuestra. Al mismo tiempo, es un modo de orar que la Iglesia sabe que agrada a la Virgen. Se nos invita a recurrir a esta plegaria también en los momentos más difíciles de nuestra peregrinación en la tierra.