(Tomado de D. Sartore - Nuevo Diccionario de Liturgia)
Antiguamente, en la mañana del jueves santo se celebraba el rito de la reconciliación de los penitentes que ya habían cumplido todo su camino penitencial siguiendo una rígida disciplina para los pecados graves, que les habían excluido de la participación en la eucaristía. El miércoles de ceniza, el obispo les había impuesto el cilicio; después permanecían recluidos hasta el jueves santo, día en que eran absueltos para que participasen en la eucaristía de la noche de pascua. Hoy no existe ya esa antigua y rígida disciplina penitencial. Sin embargo, la comunidad cristiana está igualmente llamada, al final de la cuaresma, a celebrar el sacramento pascual de la reconciliación en las formas establecidas por el nuevo ritual de la penitencia, y según las necesidades de cada una de las comunidades.
LA MISA CRISMAL
El origen de la bendición de los santos óleos y del sagrado crisma es de ambiente romano, aunque el rito tenga huella galicana. Parece que hasta el final del s. VII, la bendición de los óleos se hacía durante la cuaresma, y no el jueves santo. El haberla fijado en este día no se debe al hecho de que el jueves santo sea el día de la institución de la eucaristía, sino sobre todo a una razón práctica: poder disponer de los santos óleos, sobre todo del óleo de los catecúmenos y del santo crisma, para la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana durante la vigilia pascual. Sin embargo, no se debe olvidar que este motivo de utilidad no resta nada a la teología de los sacramentos, que los ve a todos unidos a la eucaristía.
No es ésta la ocasión de hacer la historia del rito de la bendición de los santos óleos. Recordemos solamente que, "según la costumbre tradicional de la liturgia latina, la bendición del óleo de los enfermos se hace antes de finalizar la plegaria eucarística; la bendición del óleo de los catecúmenos y la consagración del crisma tiene lugar después de la comunión. Pero por razones pastorales se puede hacer también el rito de la bendición después de la liturgia de la palabra.
De cualquier modo que se haga la bendición de los óleos, inmediatamente después de la homilía del obispo tiene lugar la renovación de las promesas sacerdotales.
Esta solemne liturgia se ha convertido en ocasión para reunir a todo el presbiterio alrededor de su obispo y hacer de la celebración una fiesta del sacerdocio. Los textos bíblicos y eucológicos de esta misa manifiestan y recuerdan esta realidad. Aparece así, junto con el compromiso de fidelidad de los presbíteros a su misión sacerdotal, la naturaleza profética del sacerdocio ministerial del NT, llamado, como Cristo, "a evangelizar a los pobres, a predicar a los cautivos la liberación y a los ciegos la recuperación de la vista, a libertar a los oprimidos, y a promulgar un año de gracia del Señor" (Luc 4,18). Si el ministerio presbiteral está unido esencialmente a la eucaristía, es también verdad que este ministerio se ordena a la eucaristía ante todo con el anuncio del evangelio, y encuentra en ella toda la amplitud y profundidad de su dimensión profética.