La verdad habla dentro del alma sin sonido de palabras

(De la "La Imitación de Cristo" por Tomás de Kempis)

Habla, Señor, porque tu siervo escucha. Yo soy tu siervo, dame entendimiento, para que sepa tus verdades. Inclina mi corazón a las palabras de tu boca: descienda tu habla así como rocío.

Decían en otro tiempo los hijos de Israel a Moisés: Háblanos tú y oiremos: no nos hable el Señor, porque quizá moriremos. No así, Señor, no así te ruego: sino más bien como el Profeta Samuel, con humildad y deseo te suplico: Habla, Señor, pues tu siervo oye.

No me hable Moisés, ni alguno de los Profetas; sino bien háblame Tú, Señor Dios, inspirador y alumbrador de todos los Profetas: pues Tú solo sin ellos me puedes enseñar perfectamente; pero ellos sin Ti ninguna cosa aprovecharán.

Es verdad que pueden pronunciar palabras; mas no dan espíritu. Elegantemente hablan; mas callando Tú no encienden el corazón. Dicen la letra; mas Tú abres el sentido. Predican misterios; mas Tú ayudas a cumplirlos. Muestran el camino; pero Tú das esfuerzo para andarlo.

Ellos obran por de fuera solamente; pero Tú instruyes y alumbras los corazones. Ellos riegan la superficie; mas Tú das la fertilidad. Ellos dan voces; pero Tú haces que el oído las perciba.

No me hable, pues, Moisés, sino Tú, Señor Dios mío, eterna verdad, para que por desgracia no muera y quede sin fruto, si solamente fuere enseñado de fuera y no encendido por adentro.

No me sea para condenación la palabra oída y no obrada, conocida y no amada, creída y no guardada.

Habla, pues, Tú, Señor; pues tu siervo oye, ya que tienes palabras de vida eterna.

Háblame para dar algún consuelo a mi alma, para la enmienda de toda mi vida, y para eterna alabanza, honra y gloria tuya.