Dulce Señor, enamorado mío,
¿adónde vais con esa cruz pesada?
Volved el rostro a un alma lastimada
de que os pusiese tal su desvarío.
De sangre y llanto entre los dos un río
formemos hoy; y si a la vuestra agrada,
partamos el dolor y la jornada,
que de morir por Vos, en Vos confío.
¡Ay, divino Señor del alma mía!
no permitáis que otro nuevo esposo
me reconozca suya en este día;
bajad de vuestros cielos amoroso,
y si merece quien por vos porfía,
dadme estos brazos, soberano Esposo.