Juan 17,1-11a: La Oración Sacerdotal de Jesús


En aquel tiempo; levantando los ojos al cielo, Jesús dijo:

Padre, ha llegado la hora,
glorifica a tu Hijo,
para que tu Hijo te glorifique
y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne,
dé la vida eterna a los. que le confiaste.

Esta es la vida eterna:
que te conozcan a ti, único Dios verdadero,
y a tu enviado, Jesucristo.

Yo te he glorificado sobre la tierra,
he coronado la obra que me encomendaste.

Y ahora Padre, glorifícame cerca de ti,
con la gloria que yo tenía cerca de ti
antes que el mundo existiese.

He manifestado tu Nombre
a los hombres que me diste de en medio del mundo.

Tuyos eran y tú me los diste,
y ellos han guardado tu palabra.

Ahora han conocido
que todo lo que me diste procede de ti,
porque yo les he comunicado las palabras
que tú me diste
y ellos las han recibido,
y han conocido verdaderamente que yo salí de ti,
y han creído que tú me has enviado.

Te ruego por ellos;
no ruego por el mundo,
sino por éstos que tú me diste y son tuyos.

Sí, todo lo mío es tuvo y lo tuyo mío;
y en ellos he sido glorificado.

Ya no voy a estar en el mundo,
pero ellos están en el mundo
mientras yo voy a ti.

REFLEXIÓN (de la Catequesis del Papa Juan Pablo II de fecha 22 de julio de 1987):

La oración en la última Cena (la llamada oración sacerdotal), habría que citarla toda entera. Intentaremos al menos tomar en consideración los pasajes que no hemos citado en las anteriores catequesis. Son éstos: "...Levantando sus ojos al cielo, añadió (Jesús): 'Padre, llegó la hora; glorifica a tu Hijo para que tu hijo te glorifique, según el poder que le diste sobre toda carne, para que a todos los que tú le diste les dé Él la vida eterna" (Jn 17,1-2).

Jesús reza por la finalidad esencial de su misión: la gloria de Dios y la salvación de los hombres. Y añade: "Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios Verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado sobre la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar. Ahora, tú, Padre glorifícame cerca de ti mismo con la gloria que tuve cerca de ti antes que el mundo existiese" (Jn 17,3-5).

Continuando la oración, el Hijo casi rinde cuentas al Padre por su misión en la tierra: "He manifestado tu nombre a los hombres que de este mundo me has dado. Tuyos eran, y tú me los diste, y han guardado tu palabra. Ahora saben que todo cuanto me diste viene de ti" (Jn 17,6-7) Después añade: "Yo ruego por ellos, no ruego por el mundo, sino por los que tú me diste, porque son tuyos..." (Jn 17,9). Ellos son los que “acogieron” la palabra de Cristo, los que “creyeron” que el Padre lo envió. Jesús ruega sobre todo por ellos, porque "ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti" (Jn 17,11).

Ruega para que “sean uno”, para que “no perezca ninguno de ellos” (y aquí el Maestro recuerda “al hijo de la perdición”), para que "tengan mi gozo cumplido en sí mismos" (Jn 17,13): En la perspectiva de su partida, mientras los discípulos han de permanecer en el mundo y estarán expuestos al odio porque “ellos no son del mundo”, igual que su Maestro, Jesús ruega: "No pido que los saques del mundo, sino que los libres del mal" (Jn 17,15).

También en la oración del cenáculo. Jesús pide por sus discípulos: "Santifícalos en la verdad, pues tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los envié al mundo, y yo por ellos me santifico, para que ellos sean santificados en la verdad" (Jn 17,17-19). A continuación Jesús abraza con la misma oración a las futuras generaciones de sus discípulos. Sobre todo ruega por la unidad, para que "conozca el mundo que tú me enviaste y amaste a éstos como tú me amaste a mí" (Jn 17,25). Al final de su invocación, Jesús vuelve a los pensamientos principales dichos antes, poniendo todavía más de relieve su importancia. En ese contexto pide por todos los que el Padre le “ha dado” para que "estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria, que tú me has dado; porque me amaste antes de la creación del mundo" (Jn 17,24).

Verdaderamente la “oración sacerdotal” de Jesús es la síntesis de esa autorrevelación de Dios en el Hijo, que se encuentra en el centro de los Evangelios. El Hijo habla al Padre en el nombre de esa unidad que forma con Él ("Tú, Padre, estás en mí y yo en ti" Jn 17,21). Y al mismo tiempo ruega para que se propaguen entre los hombres los frutos de la misión salvífica por la que vino al mundo. De este modo revela el mysterium Ecclesiae, que nace de su misión salvífica, y reza por su futuro desarrollo en medio del “mundo”. Abre la perspectiva de la gloria, a la que están llamados con Él todos los que “acogen” su palabra.