Oración matutina de un afligido

Salmo 56

Misericordia, Dios mío, misericordia,
que mi alma se refugia en ti;
me refugio a la sombra de tus alas
mientras pasa la calamidad.

Invoco al Dios Altísimo,
al Dios que hace tanto por mí:
desde el cielo me enviará la salvación,
confundirá a los que ansían matarme,
enviará su gracia y su lealtad.

Estoy echado entre leones
devoradores de hombres;
sus dientes son lanzas y flechas,
su lengua es una espada afilada.

Elévate sobre el cielo, Dios mío,
y llene la tierra tu gloria.

Han tendido una red a mis pasos
para que sucumbiera;
me han cavado delante una fosa,
pero han caído en ella.

Mi corazón está firme, Dios mío,
mi corazón está firme.
Voy a cantar y a tocar:
despierta, gloria mía;
despertad, cítara y arpa;
despertaré a la aurora.

Te daré gracias ante los pueblos, Señor;
tocaré para ti ante las naciones:
por tu bondad, que es más grande que los cielos;
por tu fidelidad, que alcanza a las nubes.

Elévate sobre el cielo, Dios mío,
y llene la tierra tu gloria.

Catequesis de Juan Pablo II sobre el Salmo 56

Es una noche tenebrosa, en la que merodean fieras voraces. El orante está esperando que despunte el alba, para que la luz venza la oscuridad y los miedos. Este es el telón de fondo del salmo 56, sobre el que hoy vamos a reflexionar: un canto nocturno que prepara al orante para la llegada de la luz de la aurora, esperada con ansia, a fin de poder alabar al Señor con alegría. En efecto, el salmo pasa de la dramática lamentación dirigida a Dios a la esperanza serena y a la acción de gracias gozosa, expresada con las palabras que resonarán también más adelante, en otro salmo.

En la práctica, se trata del paso del miedo a la alegría, de la noche al día, de una pesadilla a la serenidad, de la súplica a la alabanza. Es una experiencia que describe con frecuencia el Salterio: «Cambiaste mi luto en danzas; me desataste el sayal y me has vestido de fiesta; te cantará mi alma sin callarse. Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre» (Sal 29,12-13).

Por tanto, son dos los momentos del salmo 56 que estamos meditando. El primero se refiere a la experiencia del miedo ante el asalto del mal que intenta herir al justo. En el centro de la escena hay leones preparados para el ataque. Muy pronto esta imagen se transforma en un símbolo bélico, delineado con lanzas, flechas y espadas. El orante se siente asaltado por una especie de escuadrón de la muerte. En torno a él ronda una banda de cazadores, que tiende redes y cava fosas para capturar a su presa. Pero este clima de tensión desaparece en seguida. En efecto, ya al inicio aparece el símbolo protector de las alas divinas, que aluden concretamente al Arca de la alianza con los querubines alados, es decir, a la presencia de Dios entre los fieles en el templo santo de Sión.

El orante pide insistentemente a Dios que mande desde el cielo a sus mensajeros, a los cuales atribuye los nombres emblemáticos de «Fidelidad» y «Gracia», cualidades propias del amor salvífico de Dios. Por eso, aunque lo atemorizan el rugido terrible de las fieras y la perfidia de los perseguidores, el fiel en su interior permanece sereno y confiado, como Daniel en la fosa de los leones.

La presencia del Señor no tarda en mostrar su eficacia, mediante el castigo de los enemigos: estos caen en la fosa que habían cavado para el justo. Esa confianza en la justicia divina, siempre viva en el Salterio, impide el desaliento y la rendición ante la prepotencia del mal. Más tarde o más temprano, Dios, que desmonta las maquinaciones de los impíos haciéndoles tropezar en sus mismos proyectos malvados, se pone de parte del fiel.

Así llegamos al segundo momento del salmo, el de la acción de gracias. Hay un pasaje que brilla por su intensidad y belleza: «Mi corazón está firme, Dios mío, mi corazón está firme. Voy a cantar y a tocar: despierta, gloria mía; despertad cítara y arpa, despertaré a la aurora». Las tinieblas ya se han disipado: el alba de la salvación se ha acercado gracias al canto del orante.

El salmista, al aplicarse a sí mismo esta imagen, tal vez traduce con los términos de la religiosidad bíblica, rigurosamente monoteísta, el uso de los sacerdotes egipcios o fenicios encargados de «despertar a la aurora», es decir, de hacer que volviera a aparecer el sol, considerado una divinidad benéfica. Alude también a la costumbre de colgar y velar los instrumentos musicales en tiempo de luto y prueba y de «despertarlos» con el sonido festivo en el tiempo de la liberación y de la alegría. Así pues, la liturgia hace brotar la esperanza: se dirige a Dios invitándolo a acercarse nuevamente a su pueblo y a escuchar su súplica. A menudo en el Salterio el alba es el momento en que Dios escucha, después de una noche de oración.

Así, el salmo concluye con un cántico de alabanza dirigido al Señor, que actúa con sus dos grandes cualidades salvíficas, ya citadas con términos diferentes en la primera parte de la súplica. Ahora aparecen, casi personificadas, la Bondad y la Fidelidad divina, las cuales inundan los cielos con su presencia y son como la luz que brilla en la oscuridad de las pruebas y de las persecuciones. Por este motivo, en la tradición cristiana el salmo 56 se ha transformado en canto del despertar a la luz y a la alegría pascual, que se irradia en el fiel eliminando el miedo a la muerte y abriendo el horizonte de la gloria celestial.

San Gregorio de Nisa descubre en las palabras de este salmo una especie de descripción típica de lo que acontece en toda experiencia humana abierta al reconocimiento de la sabiduría de Dios. «Me salvó -exclama- habiéndome cubierto con la sombra de la nube del Espíritu, y los que me habían pisoteado han quedado humillados».

Refiriéndose luego a las expresiones finales del salmo, donde se dice: «Elévate sobre el cielo, Dios mío, y llene la tierra tu gloria», concluye: «En la medida en que la gloria de Dios se extiende sobre la tierra, aumentada por la fe de los que son salvados, las potencias celestiales, exultando por nuestra salvación, alaban a Dios».