El aborto

(Extraído de la entrevista al Cardenal Joseph Ratzinger en el libro "LA SAL DE LA TIERRA - Cristianismo e Iglesia Católica ante el nuevo milenio - UNA CONVERSACIÓN CON PETER SEEWALD")

La Iglesia, el Papa, se oponen siempre con mucha vehemencia a cualquier medida «que de una u otra forma promueva el aborto, la esterilización y también la anticoncepción». Esos hechos lesionan la dignidad del hombre como imagen de Dios y socavan el fundamento de la sociedad. De lo que se trata, básicamente, es de la protección de la vida. Pero, en ese caso, ¿por qué insiste tanto la Iglesia en defender la pena de muerte «sin excluirla», como un «derecho del Estado», como dice el Catecismo?

Cuando la pena de muerte es legal, lo que se hace es castigar a un sujeto que ha cometido un delito comprobado de extrema gravedad, y que, además, pueda ser un peligro para la paz social; es decir, se castiga a un culpable. En un aborto, en cambio, se aplica la pena de muerte a una persona absolutamente inocente. Son dos cosas totalmente diferentes que no admiten comparación.

Lo que ocurre es que muchos ven al niño no nacido como a un injusto agresor que «va a disminuir mi espacio vital», «se entremeterá en mí vida», y al que, por tanto, hay que castigar como a un injusto agresor. Pero ese es el punto de vista de los que, como comentábamos antes, no ven al niño como una creación de Dios, no lo ven creado a imagen de Dios y con derecho a la vida, todavía no ha nacido y ya lo ven como a un enemigo o a un inoportuno sobre el que se puede disponer. Pienso que esto sucede porque no se es consciente de que un hijo concebido ya es un ser, ya es un individuo.

El hijo ya se diferencia y se distingue de la madre aunque necesite todavía la protección de su vientre-, y ya es persona, es un ser humano que requiere ser tratado como tal. Si olvidamos este principio, que el hombre en cuanto hombre está bajo la protección de Dios y no a rnerced de nuestro arbitrio, si olvidamos esto, estamos olvidando el verdadero fundamento de los derechos humanos.

Pero, cuando alguien decide la interrumpción de un embarazo por serios motivos de conciencia, ¿se puede decir que está conspirando contra la vida?

Es difícil saber qué culpabilidad tiene una persona singular y no se puede, por tanto, hacer un pronunciamiento en abstracto. Pero, el hecho como tal -a una situación así también se puede llegar por presiones humanas-, es que, para arreglar una situación conflictiva, se decide matar a un ser humano. Y eso nunca arregla un conflicto. Todos sabemos por los psicólogos con qué fuerza se graba eso en el alma de la madre; ella sabe que tenía un ser humano en su vientre y que era su hijo, del que, tal vez ahora, pudiera estar muy orgullosa. La sociedad tiene que poner más medios para hallar otras posibilidades que solucionen esas situaciones, para que desaparezcan las presiones a esas madres en ciernes y se fomente de nuevo el amor a la infancia.