Oseas 2,16.17b-18.21-22
Así dice el Señor:
Yo la cortejaré, me la llevaré al desierto, le hablaré al corazón. Y me responderá allí como en los días de su juventud, como el día en que la saqué de Egipto. Aquel día -oráculo del Señor-, me llamará Esposo mío, no me llamará idolo mío. Me casaré contigo en matrimonio perpetuo, me casaré contigo en derecho y justicia, en misericordia y compasión, me casaré contigo en fidelidad y te penetrarás del Señor.
REFLEXIÓN:
Mediante el profeta Oseas, Yahveh usa el lenguaje del amor conyugal para referirse a la situación presente y futura del pueblo de Israel de aquel entonces.
Luego de la división del reino por razones políticas en norte y sur, Israel y Judá, el reino de Israel se inclina a un culto idolátrico hacia dioses falsos. Esto genera también un cisma religioso; pero peor aún, provoca la reacción de Dios. Es entonces que el profeta Oseas se casa con una prostituta, como representación del estado de idolatría de los israelitas que habían abandonado al Dios verdadero para irse con dioses falsos.
Es en ese ambiente que se genera la profecía de Oseas que se cita en el texto de hoy. Dios que es puro amor, utiliza precisamente el amor como lenguaje para referirse a su perdón y acogida a quien le ha sido infiel al prostituirse.
Está dispuesto no sólo a perdonar, sino a proporcionar un nivel de amor no experimentado antes por el pueblo, casándose en matrimonio perpetuo y darse a conocer completamente.
Por nuestros pecados, nosotros con mucha frecuencia también nos hemos encontrado repetidamente alejados de Dios, siéndole infieles y prostituyendo nuestra fe. Sin embargo, él siempre está dispuesto a perdonar y también nos ofrece hoy la reconciliación definitiva y total: un matrimonio perpetuo.
¡Aceptemos hoy esa propuesta y digamos sí a nuestro Padre del Cielo!