La Cuaresma


La Cuaresma es el período que antecede a la Pascua en el año litúrgico. Es un tiempo fuerte, en el sentido de la intensidad espiritual con que deben vivirse las celebraciones. Así, el domingo de Pascua, en que celebramos la resurrección de Cristo, momento principal de todo el año, requiere de una previa preparación interior de cada uno de los fieles, para arribar a la Pascua con un corazón agradecido al Dios que nos salva. La Cuaresma es pues un camino a la Pascua, que refleja el caminar de nuestras vidas que se dirigen al encuentro con el Señor.

La palabra cuaresma proviene del número cuarenta que en la Palabra de Dios aparece referido a un tiempo de desierto, soledad y meditación. Nos refieren a interiorizar en nuestras acciones de cada día y a profundizar en el misterio de Cristo expresado en el pasaje de las tentaciones de Jesús en el desierto mientras ayunaba y se preparaba para su misión. Debemos vivir este tiempo a modo de penitencia y conversión personal, pero también mediante acciones y ejercicios espirituales comunitarios en las parroquias, grupos o comunidades en las cuales nos desenvolvemos.

Es este un período especialmente adecuado para el catecumenado, es decir para la preparación para recibir el Bautismo; igual lo es de preparación para cada uno de los Sacramentos de iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación, Penitencia, Eucaristía. Pero como los que estamos grandecitos, normalmente, ya hemos sido bautizados, es este también un tiempo para reencontrarnos con nuestro propio Bautismo y los compromisos que hemos asumido con él, los cuales a veces apartamos de nuestro diario vivir; es tiempo para los actos penitenciales personal y comunitarios; es tiempo para asistir frecuentemente a las celebraciones eucarísticas y vivirlas a plenitud. Las lecturas bíblicas escogidas para este tiempo tienen un acento penitencial marcado que nos introducen favorablemente en el misterio que estamos celebrando, favoreciendo el deseo de conversión.

Las cenizas, con que se comienza este tiempo, son un símbolo de nuestra caducidad, de nuestro arrepentimiento. Pero debe asumirse este rito externo con un profundo deseo interior de verdaderamente cambiar nuestras vidas y reencontrarnos con Dios; como dice la Palabra, debemos rasgar nuestros corazones, más que las vestiduras.

Es pues en este contexto que nos orientamos a manifestar lo que creemos y lo que queremos mediante las obras de piedad que son las cuaresmales: el ayuno, la oración y la limosna. Mediante el ayuno disminuimos la inclinación a satisfacer los placeres de la carne; a través de la oración acentuamos el diálogo con Dios; mediante la limosna compartimos con los que menos tienen, los dones materiales que hemos recibido de Dios. Más adelante nos referiremos a cada una de estas obras de la piedad.

En conclusión, no obstante el caracter de sacrificio y penitencia de la Cuaresma, siendo camino de coversión, ella es liberación. Por ella llegamos a la libertad de la Pascua, introduciéndonos en el misterio de nuestra salvación que representa librarnos del mal. La Cuaresma estrecha nuestra comunión con Dios, enseñándono a depender más del Creador que de nosotros mismos;  y mejora nuestra relación con los hermanos mediante la solidaridad y los ejercicios espirituales comunitarios.